en más de uno

Especial familia Delibes: ¿Cómo recuerdan al escritor?

En Más de uno recordamos la figura del novelista y miembro de la Real Academia Española (RAE), Miguel Delibes, junto a su familia. Debiles es uno de los grandes escritores españoles, con novelas como 'La sobra del ciprés es alargada' o 'Los santos inocentes', entre muchas otras.

ondacero.es

| 10.09.2020 12:09

En Más de uno hablamos con su hijo mayor, Miguel Delibes De Castro; su cuarta hija, Elisa Delibes de Castro; sus nietos Ángeles Corzo Delibes y Germán Delibes y su bisnieto Guillermo Delibes.

Por ello, nos trasladamos hasta Sedano, en la provincia de Burgos, el lugar donde vive toda la familia Delibes. Sedano era el pueblo donde pasaba las vacaciones Ángeles de Castro, esposa de Miguel. Hasta allí fue él en bicicleta en 1941 cuando eran novios, para poder estar con ella. Allí ambos echaron raíces, allí se hicieron una casa y allí se reúne toda la familia desde entonces cuando viene el calor.

Nos cuentan que hacen el viaje en bicicleta que hizo su padre para reencontrarse con su madre, pero a la inversa de Sedano a Molledo. Además, revelan cuál es la causa de que tuviese una grabadora en su mesilla.

Ángeles y Germán son dos de sus 18 nietos, y nos cuentan cuál es el recuerdo que tienen de su abuelo. "Le veíamos siempre escribir en Sedano", afirman.

Discurso de Miguel Delibes cuando recibió el Premio Cervantes, en 1993:

«… Hay personas que no comprenden que yo sienta al recibir este Premio Cervantes por 'una vida entregada' a la literatura un poso de melancolía […]. He visto crecer a mi alrededor seres como el Mochuelo, Lorenzo el cazador, el viejo Eloy, el Nini, el señor Cayo, el Azarías, Pacífico Pérez, Gervasio García de la Lastra, seres que 'eran yo'en diferentes coyunturas. Nada tan absorbente como la gestación de estos personajes. Ellos iban redondeando sus vidas a costa de la mía. Ellos eran los que evolucionaban y, sin embargo, el que cumplía años era yo […]. Hasta que un buen día, al levantar los ojos de las cuartillas y mirarme al espejo, me di cuenta de que era un viejo. En buena parte, ellos me habían vivido la vida, me la habían sorbido poco a poco. Mis propios personajes me habían disecado, no quedaba de mí más que una mente enajenada y una apariencia de vida […]. ¿Cómo no sentir en este momento un poso de melancolía? Los amigos me dicen con la mejor voluntad: ‘Que conserve usted la cabeza muchos años’. ¿Qué cabeza? ¿La mía, la del viejo Eloy, la del señor Cayo, la de Pacífico Pérez, la de Menchu Sotillo? ¿Qué cabeza es la que debo conservar? […]. Antes que a conservar la cabeza muchos años a lo que debo aspirar ahora es a conservar la cabeza suficiente para darme cuenta de que estoy perdiendo la cabeza. Y en ese mismo instante frenar, detenerme al borde del abismo y no escribir una letra más».

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