Cada día se incrementa el número de viviendas destruidas por el imprevisible curso de las coladas del volcán de La Palma. Incluso han terminado sucumbiendo algunas viviendas que, pese a parecer a salvo, finalmente han sido engullidas por la lava. Paulatinamente, la lava se ha abierto camino de forma indiscriminada y arrasando con todo a su paso: negocios, casas e incluso pueblos enteros.
Sin embargo, más allá de los evidentes daños tangibles, el volcán de Cumbre Vieja ha desencadenado el desasosiego de centenares de vecinos que bien han perdido todo o bien están a punto de perderlo, impotentes, ante sus propios ojos. Roberto Guerra es uno de los vecinos afectados por esta erupción volcánica. Padre de dos hijas y profesor por vocación, se ha visto en la obligación de abandonar su casa aferrándose a la esperanza de poder volver a verla algún día.
¿Qué es lo que rescata un palmero evacuado?
Roberto Guerra tuvo que abandonar su casa por la amenaza del volcán. Ya tenía algunas maletas preparadas con lo más esencial: la documentación que acredita sus orígenes, sus pertenencias y que da fe de su vida. "Guardé las escrituras, algunos títulos que avalan mis estudios y, en general, todo el papeleo que creía que podría ser importante", explicaba apuntando que disponía de una finca que espera poder reconstruir en el mismo lugar en tanto que estaba registrada mediante coordenadas.
Más adelante, Roberto pudo regresar a la casa para, ya sí, "rescatar los muebles más básicos que pensaba que podían tener valor", según explicaba, y fue de esta manera como el palmero, ayudado por los servicios de la Unidad Militar de Emergencia, consiguió rescatar casi todos su bienes. No obstante, había algo que no podía salvar: la vivienda en sí misma, una edificación de piedra volcánica que Roberto había restaurado y que había formado parte de su familia a lo largo de cinco generaciones.
Lo que el volcán arrasó
No solo se trata de las pérdidas materiales, sino de los recuerdos asociados que, de algún modo, también quedan dañados por la lava. Roberto explicaba que no es capaz de mirar el transcurso de las coladas por temor a que su casa haya desaparecido del plano, pero la curiosidad le acaba obligando a contemplar tan agónica imagen. Y es que, aunque reconoce que inicialmente la mayor parte de la población "admiraba el volcán", el devenir eruptivo ha causado pavor y desasosiego entre los palmeros que observan impotentes cómo su destino ha quedado supeditado a la naturaleza. "Me di cuenta de que todos podíamos ser víctimas de ese gigante", concluía.
En cualquier caso, Roberto está dispuesto a reconstruir todos los destrozos para que, dentro de no mucho, todos los vecinos puedan convivir como hasta ahora lo habían hecho en la que es su tierra, donde arraigan sus raíces.