Traigo una carta que dice: Buenas noches, Rafa Latorre, y buenas noches León. Te traigo esta carta escrita ahora que en España cae la noche en El Páramo y los misiles en la frontera de Polonia donde me dio la mano el niño Oleg.
Camino por el barrio húmedo tus calles en las que huele a castañas de Las Médulas y a cecina y a botillo y a beso de primera cita frente a la fachada de San Isidoro tan iluminada. Y a Me he comprado una gorra en la calle Ancha aquí donde vas a buscar el sentido de la vida y todo son tiendas de sombreros y de zapatos y de abrigos.
Esa cosa del futuro vertiginoso no me termina de convencer, ahora que en la tele aparecen Sánchez y Begoña en Indonesia de morado Podemos y Oro. Yo nunca estuve en Bali, pero me he parado ante la catedral de León y la Casa Botines donde el joven Gaudí echó de menos el mar.
He probado las patatas de Don José Luis que se fue al cielo de Onzonilla y el pimentón de Juan que le daba okal en los potitos de su hijo y cuando le echaba la bronca su mujer decía que si a este niño no le gusta el picante, es que no es de León. Y he probado el chorizo picante de Javi y las manzanas y el cocido que se come al revés, o es que se come al revés allá.
Y he soñado que las cosas son como han sido siempre delante de tus casas de tus iglesias, de la piedra del románico, de los cimientos del joven gaudí y de las cosas que permanecen como esta Brújula que viene una vez al año y ya me siento de aquí como don Fernando. Frente a la catedral me he enterado de que ya somos 8.000 millones de personas en el mundo y da la sensación, León, de que aquí hay sitio para todo el mundo.