La verdad, y lo digo como preámbulo, es que pocos gabinetes hubo en la historia democrática que hayan aportado tantos conceptos novedosos a su discurso.
Y entre sus miembros más innovadores, don Pablo Iglesias, que es el político que más habla de patria y que ahora propone un impuesto a las rentas altas o a las grandes fortunas; pero no lo hace al grito que le escuchábamos a Montoro "¡hay que pagar!", sino en tono poético, casi romántico, casi lírico, que dan ganas de ser gran fortuna para poder decir: sí, don Pablo, ¿cómo me voy a negar, si me lo impone en nombre del patriotismo fiscal?
La verdad es que suenas muy bien, nuevo patriotismo. Suenas mucho mejor que el nombre técnico que también te quiere dar el señor Iglesias: "tasa de reconstrucción", que parece una plusvalía. Un ministro o ministra de Hacienda diría y dice aquello tan vulgar de "el que más tiene, más paga".
En cambio, tú, patriotismo fiscal, tienes la grandeza de las grandes y heroicas misiones. Eres el edulcorante de los impuestos. Eres, como diría el señor García Page, la vaselina de la Agencia Tributaria. Ahora que estamos en periodo de declaración y recaudación, nos podíamos olvidar del concepto "presión fiscal" y medir nuestra cuota por nuestro grado de patriotismo.
Al defraudador hay que condenarlo, pero no por fraude, sino por delito de lesa patria. Y en una inspección de Hacienda se puede dar la escena cuartelera que contó Carlos Luis Álvarez, Cándido, en sus Memorias: "¿Ves lo que pone aquí?", preguntaría el capitán disfrazado de inspector al sorcho contribuyente: "Sí, mi capitán, perdón, mi inspector, pone todo por la patria". "Muy bien, soldado, pues a partir de ahora la patria soy yo".
No sabía el señor Iglesias cómo meter mano a los ricos para cumplir su programa, y el coronavirus ha venido a socorrerlo contigo, patriotismo fiscal. Y en ti y en este momento se cumple a la perfección aquello que decía Baroja: "cuando un señor viene a hablarme de la patria, enseguida me abrocho, porque sé que viene a por la cartera".