Las simplificaciones de los argumentos son mal síntoma. Hay quién se tranquiliza pensando que esto es lo de cualquier negociación: tú pides 100 al que te ofrecía 10, con la intención de que al final la cosa quede en 50. Y todos contentos. Hay quién se tranquiliza pensando que ayer la mitad de Cataluña no estaba en la calle, como si aceptar que la otra mitad quiere abandonar España fuera una situación ante la que aplicar la indiferencia.
También están los que buscan alivio en la idea de que no es tensión territorial, sino social. La crisis, ya se sabe. Pero cuando tanta gente sale de su casa con una bandera determinada, no es fácil hacerla regresar como si nada.
¿Y ahora qué? Es la pregunta. Ahora es el turno de la inteligencia política. Ustedes dirán si creen que ese atributo adorna o no a nuestros líderes actuales.