Quizás este último pecado capital sea el menos pasional, pero nos permite cerrar otra carpeta.
Curiosamente tampoco habíamos recurrido al colchón sonoro en la célebre peli Se7en –con un guión original nutrido por libros como Los Cuentos de Canterbury o La Divina Comedia–. En ella, la soberbia se escenifica con una joven modelo a quien el metódico psicópata le desfigura la cara, dándole a elegir entre suicidarse o vivir con el rostro carente de su belleza. El filósofo Richard Taylor definió el orgullo como «el justificado amor a uno mismo» en contraposición al falso orgullo, tal como ya tratamos en nuestro especial narcisismo.
Precisamente tal jactancia del propio valer (u obrar), también conocida como vanagloria (o vanidad), hoy será contrapuesta a la virtud de la humildad. Intentando con ello provocarnos un ligero y franco examen de conciencia, sin por ello herir amores propios o autoestimas, ni renunciar al sentimiento de satisfacción por ser algo diverso a lo establecido como canónico.
Recordando que por aquella primera terraza del purgatorio dantesco se arrastraban las almas de los orgullosos, con piedras en sus espaldas, porque su soberbia les hacia sentirse grandes. Tal como dijo el locutor dominicano Mariachi Budda «E’to vamo’ a arrancarlo con altura», a ver si nosotros también nos gamos algún Latin Grammy.
Texto: Miguel Tébar, periodista musical
