El término democracia proviene del griego antiguo, surgió en Atenas en el siglo V a. C. y se forma a partir de ‘dḗmos’, que puede traducirse como «pueblo» y ‘kratía’, que podríamos traducir como «fuerza» o «poder». La fuerza o el gobierno del pueblo.
A pesar del origen griego del término, Aristóteles creía que no todos los pueblos estaban preparados para este tipo de forma de gobierno y le veía muchos defectos. Además, el concepto tenía un significado bastante distinto al que le damos hoy. En sentido estricto, podríamos decir que España no es una democracia sino una partitocracia. Por supuesto, no es una democracia directa porque sería imposible de gestionar, pero es que aún tratándose de una democracia representativa, el ciudadano no tiene ninguna posibilidad de acción directa. Siempre son los partidos los que median, así que esto en realidad nos pone más cerca de una oligocracia. Aún así, puede que sea el sistema de gobierno menos malo.
En una democracia el sufragio es decididamente fundamental. Pero una democracia no consiste en votar, sino en sujetarse a una serie de normas y compromisos que aseguren la libertad, la separación de poderes y la igualdad de derechos. Y eso lo garantiza nuestra Constitución, que ayer cumplió 45 años y que creo que debe ser más reivindicada que nunca.
Texto: Tatiana Terechkova