Le vimos emigrar a Manchester aunque fue más tarde cuando le salió la barba. Pasó por Zaragoza antes de ser central pródigo y marcar una época de tres lustros con el doble en títulos entre el Barça y la Selección. Pero también le vimos portándose como un gamberro sin gracia con un directivo de la Federación de Fútbol en un autobús descapotable y haciéndose un "usted no sabe quién soy yo" con la policía urbana de Barcelona que solo cumplía con su trabajo de multar al infractor.
Le tenemos inmortalizado vestido de senyera de arriba abajo paseando a uno de sus hijos en hombros, orgulloso de Diada festiva cuando de verdad era así cada 11 de septiembre… pero también nos tragamos sus lágrimas en un vacío Camp Nou tras un día de referéndum de cartón piedra con el que se le rompió parte de su corazón español, al que siempre ha considerado.
Se lo ha pasado en grande con Broncano, siendo un tótem de esos emprendedores fantasiosos que aspiran cada minuto al descorrer la cortinilla de lo inédito… pero también se ha visto obligado a justificar negocios con el ceño fruncido sin saber por qué tantas veces la ética se ha interpuesto en su camino. Ha financiado influencers, ha profesionalizado globos, ha despeluchado a compañeros en timbas y también se ha saltado más de una regla por pegársele los naipes a los dedos.
Se mofado de los rivales, ha iniciado conflictos, ha sido ídolo para muchos futboleros… pero no para demasiados futbolistas. Ha marcado una época y ha decidido cuando terminarla. Gerard Piqué Bernabéu deja uno de sus oficios, seguramente, el que le permitió acceso a los demás. Que le vaya bonito y que vuelva a toparse con la felicidad. La misma que ahora, por muchas circunstancias, le regatea…
