Me parece a mí que la muerte de Isabel II, los funerales, la consternación planetaria y el papanatismo local -tres días de duelo en Madrid- no han sido sino una cortina de humo para que no hablemos de Toni Cantó, cuyo proceso de transformismo -no me refiero a su magnífico papel en “Todo sobre mi madre”- le ha derivado de UPYD a Ciudadanos. Y de Ciudadanos al PP. Y del PP a la órbita mediática de VOX, pues la decisión de abandonar la Oficina del Español se explica porque lo ha fichado la cadena 7NN.
Puede que Cantó termine como diputado a la vera de Abascal. Y sería una estupenda noticia, pues el actor valenciano tiene reputación de gafe. Allí donde pone su objetivo, sobreviene una catástrofe de la que acostumbra a salir indemne en un ejercicio acrobático de supervivencia.
Reíros de Sánchez. Y valorad la trayectoria política de Cantó entre la galanura y la felonía. Sedujo a la propia Ayuso. Me refiero a que la presidentísima le creó un cargo a su medida. La Oficina del Español.
Y el español era Toni Cantó. La Oficina era su oficina. O sea, que no era cuestión de divulgar y proteger el castellano en Madrid, como si lo amenazaran el chino, el árabe, el quechua o el caló, sino de recompensar la traición a Ciudadanos con una colocación bien remunerada -75.000 euros anuales- y desprovista de responsabilidades o atribuciones.
La oficina del español en Madrid es un trabajo tan aguerrido como hablar bien del Madrid en Real Madrid TV. O como predicar el sionismo en Masadá. O como entrevistar a Sánchez en la SER, valga la redundancia. O como cantar raeggetón en Puerto Rico.
Se entiende así mejor que Ayuso no vaya a sustituir con nadie la plaza vacante de Toni. No porque sea insustituible, claro, sino porque no hay tareas que desempeñar, siempre y cuando no le convenga al PP ofrecer el puesto a otro converso de Ciudadanos o a un tránsfuga del PSOE, ahora que se perfila un cambio de rumbo en la política española. Y que el bipartidismo recupera todo el poder clientelar.