Más que indultar a Tamim bin Hamad Al Tani, me pongo a sus pies. Mi humillo y me someto. Y me convierto en esclavo y servidor, en sintonía con el Rey, Sánchez, los patrones del IBEX y la Conferencia Episcopal.
Pocas me parecen las deferencias que se han ofrecido al emir. Y no han sido pocas. Las llaves de la ciudad y las del reino. El toisón de oro y la tacita de plata, Cádiz en su integridad. El oso y el madroño. La espada del Cid y los papeles de Bárcenas. Que nada perturbe al sátrapa.
Y que no se le moleste con el fichaje de Mbapée. Lo digo porque Al Thani es el fundador del pesejé. Y no procede incomodarlo con esta clase de contratiempos deportivos. Que se lleve a Benzemá en todo caso.
Y convirtámonos al Islam, ya puestos. Si es que el tirano catarí nos recompensa con los milagros del gas licuado. Dan ganas de inyectárselo.
Démosle la cruz de Isabel la Católica y las rayas del Bernabeu. Todas las vírgenes que le hagan falta. Levantémosle una estatua en Neptuno y otra en Cibeles. Y no osemos a reprocharle las peculiaridades de su régimen.
Qué importancia puede tener la libertad de prensa. Por qué vamos a ponernos exquisitos con la pena de muerte, con la extinción de los derechos humanos, con la sumisión de la mujer hasta extremos animales y con que la homosexualidad se castigue con la cárcel. Ya no matan a los maricones.
Respetemos las tradiciones. Bonitas costumbres como a lapidación, por ejemplo. Y como la amputación de las manos a los ladrones.
Y finjamos que la manera de reaccionar a la ferocidad de Putin y su chantaje energético consiste en canonizar a un criminal de Estado mucho peor.