Igual no hace falta aclararlo, pero no debe confundirse el reconocimiento de la portafa con una adhesión al personaje. Que Hitler o Bin Laden fueran personas del año en diferentes ediciones sobrentiende su relevancia informativa, aunque Kevin Spacey no es Hitler ni Bin Laden.
Lo que sí es, es un ejemplo del escarmiento social. Con bastante razón, a la vista de los abusos sexuales que parece haber cometido. Y con muchas sinrazones, pues la condena preventiva a la que lo ha sometido la opinión pública no sólo lo ha retirado de su carrera profesional, sino que aspira a borrarlo de los papeles que ya había representado.
Ridley Scott lo ha eliminado de su última película sin importarle que ya estuviera lista. E importándole no tanto su repugnancia al actor como los peligros comerciales que implican alojar en el reparto a un personaje tóxico.
Es, ya lo veis, un ejercicio de hipocresía. Y una injusticia. Parece que hemos descubierto en 2017 las cloacas de Hollywood, como si fuera Hollywood la acrópolis de la religión tibetana. Y como si un actor, un artista, estuviera obligado a conductas impecables.
Se produce así un acto de venganza desmesurado y absurdo que amenaza con depurar a cualquier artista de vida indecorosa. Podríamos empezar por Caravggio, se me ocurre. Extirparlo de los museos para hacerle expiar su historial criminal. Que ya fue objeto de una exposición en Roma, aunque no con las pretensiones de condenarlo a título póstumo.
En vida ha sido condenado Kevin Spacey. Si cometió delitos, que los jueces decidan. Y si la sociedad no se avergüenza de su justicierismo, que al menos deje al actor en paz. Francis Underwood, recordadlo, es un personaje de ficción.
"El camino hacia el poder está pavimentado de hipocresía y de víctimas".