Estaban todos muy temprano ya en la sala, con la legaña puesta y el café de termo, comentando asuntos intrascendentes, cuando uno de ellos dijo: “eh, ¡que viene!”, a lo que respondieron todos a coro chistando: “Chs, chs, que viene, que viene, chs, chs, que viene, que viene”. Todos en fila con cara de acelga para recibir al que venía, que era, naturalmente, Luis de Guindos. El ministro...español. Que es tanto como decir hoy, en Europa, míster problemas. Nuestros socios se fían menos de nosotros que Arenas de la demoscopia, y algún motivo, esa es la verdad, les hemos dado. En concreto dos, por reducir el atestado sólo a lo gordo:
• Primero, el déficit de 2011, o haber prometido por activa y por pasiva que cumpliríamos el seis por ciento hasta cinco minutos antes de anunciar que se nos había ido al ocho y medio. Dices: bueno, pero eso es porque salió un gobierno y entró otro, y porque las comunidades autonómas se desviaron mucho, y porque, porque, porque... No se engañen, en Bruselas reducen los análisis a lo mínimo: España es ese país que iba a cumplir el seis por ciento y no lo hizo, punto. Pero hombre, es que las cosas se pusieron peor de lo previsto. ¡Punto! Déjense de excusas, suspendidos en cumplimiento.
• Segundo motivo: el déficit de 2012, o haber prometido que asumiríamos el objetivo que se nos marcara para salir luego por bulerías presumiendo de decisión soberana, fijando nuestro propio objetivo y a Bruselas, que le dén tila. A Rajoy le aplaudió aquí todo el mundo por bravo, por realista y por soberano. Pero ir por libre tiene coste. Y aunque nos relajaron el objetivo de déficit, estamos pagando el precio. Nos suspendieron, primero, en cumplimiento y pusieron luego en cuarentena nuestra fiabilidad.
Esto es lo que hay y conviene que lo tengamos claro. Nuestros socios andan con la mosca tras la oreja y con la mano en la cartera. Temen que no seamos capaces de tragarnos la cura de caballo que necesita nuestra economía. Temen que los mercados nos acaben dando la espalda y que les toque a ellos, como ya pasó con Grecia, con Portugal y con Irlanda, prestarnos el dinero para poder seguir funcionando. Éste es el contexto. Al que ayer se sumó una huelga general y unas manifestaciones muy nutridas que, aunque no fueran el acabóse, han dado argumentos a nuestros críticos para poner en duda nuestra voluntad de sanear las cuentas (cuando dicen “nuestra” no se refieren sólo al gobierno, están pensando en el conjunto de la sociedad, en si estamos persuadidos, o no, de lo difícil que lo tenemos y el precio que hay que pagar para que nos dén respaldo). Esto es lo que hay, y por eso al gobierno le preocupa tanto que nuestros socios europeos nos levanten la cuarentena y se fíen de la palabra que les damos.
Dices: oye, y si no se fían, peor para ellos; les hacemos otra peineta, pasamos olímpicamente de lo que digan y, como ayer hizo Cándido Méndez, le hacemos saber a la Merkel que sus recetas no nos gustan y que pasamos de aplicarlas. Punto. Que les dén. Nosotros seguimos con nuestros gastos y nuestras normas de siempre y...quien quiera que nos preste y quien no quiera, pues que también a él le dén tila. Hombre, si le preguntas a Zapatero --que una vez tuvo que plantearse esta disyuntiva-- te dirá que sería un suicidio. Si le preguntas a Rajoy te dirá lo mismo. Y Rubalcaba. Y Almunia y Solbes y Salgado y De Guindos y el noventa y nueve por ciento de quienes saben algo de economía. Que en Europa nos crean es imprescindible para que los que nos prestan el dinero --los mercados-- también lo hagan. Por eso De Guindos se presentó esta mañana en Copenhague sabiendo lo relevante que era la impresión que causara a sus colegas, por más que la reunión fuera informal y de buen rollo. Llevan dos meses pidiéndonos que presentemos los presupuestos, hay que entenderlo.
---Los habrás traído---le habrán dicho, nada más verle, a De Guindos.---Pues claro, hombre, claro que los traído---habrá respondido el ministro---. Si nos comprometemos a traerlos, los traemos. ---Y serán muy restrictivos.---¿Restrictivos? Yo diría ‘dástricos’, no os imagináis la poda que hemos hecho, porque...si nos comprometemos a podar, podamos. ---Y la reforma laboral, ¿no iréis a suavizarla?---En absoluto, en absoluto, cómo podéis pensar eso. Es extremadamente agresiva y nunca dejará de serlo. Si nos comprometemos a reformar, reformamos.
Pasado el primer interrogatorio, y mientras sonaba el Aleluya de Haendel, habrán entrado ya en detalles. “Danos los números, De Guindos”. Que es lo mismo que murmuraban los periodistas en la sala de prensa de la Moncloa: “danos los números, Montoro”, porque se recrearon hoy el ministro de Hacienda y la vicepresidenta en un prólogo interminable colmado de frases huecas antes de contar al personal cómo se reparte el estacazo, o en palabras del gobierno, “el mayor recorte de gasto público de la Democracia”. Ésta es la frase que quieren que se les grabe en la cabeza a los socios europeos y a los inversores: “el mayor recorte del gasto hecho nunca”, que suena parecido, aunque no lo sea, a “el mayor recorte del gasto posible”. Dános los números, Montoro. Y el ministro, por fin, los dio:
El gasto de los ministerios pasa de los 80.000 millones de 2011 a los 65.000 de este año. Quince mil millones menos de gasto. La mayor parte del recorte se la lleva Fomento --casi todas las obras pendientes tendrán que esperar). Y cambiando impuestos al alza salen otros 12.000 millones de recaudación adicional. Quince mil de recorte más doce mil de ingresos salen los 27.000 que calcula, en total, el gobierno. Esta segunda pata, la de los ingresos, incluye la medida más inesperada (y controvertida) de cuantas anunció hoy el gobierno, la única que nadie había anticipado ayer (porque lo del tabaco, el empleo público y el impuesto de sociedades lo contamos aquí con pelos y señales). Lo imprevisto: la regularización fiscal, el bombazo, que se llama “regularización” para no llamarla “amnistía”, que suena a impunidad. Aquel que haya evadido dinero u ocultado ingresos a Hacienda, tiene la oportunidad de confesarlo todo a cambio de pagar el diez por ciento. Ha dicho el ministro Montoro que nuestro modelo, en este capítulo, es Italia, donde han hecho ya unas cuantas regularizaciones de éstas. Se cuenta que fue Mario Monti quien animó a Rajoy a ofrecer una amnistía de éstas con un único argumento: dinero ingresas seguro y de golpe. Cabe pensar que a Rajoy no le entusiasmaría la idea porque el PP fue muy combativo contra la amnistía fiscal cuando se rumoreó que el gobierno anterior se la estaba planteando ---han cambiado tantas cosas en los criterios politico-tributarios del PP, ¿verdad?---, y cabe pensar también que es consciente de que una medida como ésta es imposible que caiga de buen grado en la opinión pública (porque, al final, consiste en tratar con mano de seda a quien ha defraudado ---pelillos a la mar, un 10% y quedas blanqueado---), pero ya ha dicho Montoro que aquí se trata de ingresar e ingresar como sea: le faltó decir “tapándonos la nariz”, o tapándonos los ojos para no saber quién retorna su dinero a España acogiéndose a la vista gorda del gobierno. Aunque la sugerencia fuera de Monti, el modelo es el de Berlusconi, que presumió de haber repatriado 90.000 millones de euros el año pasado por los que el estado ingresó 4.500, un 5 % (sus condiciones eran todavía más livianas que las de Montoro). Entre quienes criticaron aquella amnistía estuvo quien hoy es presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi. Que exigió que, por lo menos, se hiciera pasar a los evasores el mal trago de que fueran públicos sus nombres. Claro que entre los más feroces críticos de aquella amnistía italiana, y de la posibilidad de que Zapatero la copiara, estuvo también el PP, cuya dirección dejó dicha esta frase que hoy escuece: “Una amnistía como ésta es tan injusta, tan antisocial, es tal barbaridad que sólo se puede estar en contra”. Malos tiempos para los principios. Ahora el fin justica los medios.