“El mar” es como el diario Gara llama a la manifestación que estaba convocada para mañana para reclamar en las calles de Bilbao que los reclusos etarras dejen, cuanto antes, de ser reclusos. Como la plataforma que convoca se llama “gota a gota” (no confundir con la editorial de la fundación FAES), hace suyo el diario este ejercicio de lirismo que ha puesto en circulación la plataforma: “gota a gota”, dicen, “formaremos un mar contra la dispersión, por la paz y por los derechos humanos”. Visto así, la noticia de hoy, entonces, es que el juez Eloy Velasco ha prohibido el mar. Que los convocantes han desconvocado su mar. Y que casi a la vez otros convocantes la han vuelto a convocar.
Formalmente es un particular, pero con el respaldo de partidos políticos y organizaciones perfectamente legales como el PNV y Sortu. El juez Velasco lo que había dicho es que esta plataforma Tantaz tanta es la nueva marca de Herrari, cuyas actividades están judicialmente suspendidas. Interpreta que estos convocantes que ahora se hacen pasar por personal de un parque acuático son los mismos que antes se llamaban Herrira –se parecen como una gota a otra gota-- y por eso prohíbe que actúen. Ésta es la parte jurídica, digamos. Al juez le llega una petición, la examina, procede en coherencia con su criterio y la prohíbe. Y entonces toman el relevo otros, como ha ocurrido esta tarde, y convoca por su cuenta otra manifestación que coincide, en realidad, con la que ha sido prohibida. Y con el PNV esta vez apoyándola: si no quieres caldo, dos tazas.
A partir de ahí viene la parte política, o social: el debate, de un lado, de si viene bien o viene mal para la convivencia en Euskadi impedir que la izquierda abertzale jalee a los presos; la duda sobre qué harán ahora los encargados de hacer cumplir la decisión del juez (por ejemplo, la ertzaintza); y la alta probabilidad de que, pese a la prohibición, mañana se inunde de personas el centro de Bilbao, porque el mar en cuestión, en efecto, existe.
Hay decenas de miles de personas, en el País Vasco, que miran a los etarras presos con los mismos buenos ojos, comprensivos, condescendientes, con que miraron su actividad cuando aún no estaban presos. Hay una parte de la sociedad vasca que sigue viéndolos como lo que nunca fueron, combatientes hechos prisioneros en una guerra, presos políticos. Y hay también una parte de esa sociedad que, no habiendo tenido nunca nada que ver con esta gente y habiendo combatido siempre el terrorismo, entiende que ha llegado el momento de cambiar la política penitenciaria.
El gobierno vasco, Urkullu, está diciendo estos días algo que es evidente: las cosas han cambiado en el País Vasco en los dos últimos años. Han cambiado desde el momento en que ETA dejó de matar (aunque aún exista) y desde el momento que su aparato político aceptó las reglas de juego que rigen para todos los partidos en Euskadi, incluyendo el rechazo a la violencia. Han sido los últimos en llegar, pero bienvenidos sean. Ahora bien, son los que eran. Si han renunciado a la violencia es porque han llegado a la conclusión de que ya no es útil para sus objetivos, de que no sirve, no porque tengan la honda convicción de que la historia criminal de ETA es repulsiva. Lo que ha dicho el entorno político y social de la banda es que hay que dejar atrás el terrorismo -y atrás ha quedado- porque ya no les conviene, no porque les repugne todo lo que se hizo cuando sí les parecía útil.
Las bombas no han servido para doblegar al resto de la sociedad y los que ahora dirigen Batasuna no ven nada atractiva la idea de pasarse veinte años en prisión, por muy comprometidos que estén con la causa: prefieren dedicarse a la política, y vivir de ella, aun teniendo que aceptar para ello, y como han hecho, que matar no entra entre las herramientas admisibles para defender proyectos políticos. No ha sido convicción, sino conveniencia. No cabe sorprenderse de que ensalcen a quienes mataron o los traten como si fueran soldados en lugar de delincuentes.
Los convocantes de la marcha predican que hay que salir a la calle a defender el camino emprendido por los derechos humanos y la paz. Se refieren -lo sabemos- al camino que desde siempre tenía emprendido el resto de la sociedad vasca (los que no son ellos) y que ellos -los recién llegados- se han ocupado de torpedear siempre que han podido. Son los clásicos del discurso de camuflaje que han practicado siempre. Porque ahora lo que están empeñados en camuflar es que la historia de ETA ha acabado en derrota. Cuando dicen que no debe haber “vencedores y vencidos” es porque saben que estos presos que cumplen condena hace tiempo han asumido que sí ha habido vencedores y vencidos. Y que ellos están entre los segundos.
Estas primeras semanas, los reclusos excarcelados viven aún sus minutos de gloria: al cabo de veinte o veinticinco años salen de prisión y su entorno les hace creer que su contribución ha sido esencial para conseguir logros, que son una referencia para la izquierda abertzale, los héroes de la lucha, admirados, queridos, tenidos en cuenta. En realidad, ellos son los primeros en saberlo, son gente ya talludita que después de haber matado mucho y haber arruinado la vida de muchas familias, han visto cómo se les iba buena parte de su propia vida en prisión y regresan ahora, sin más aptitud ni más oficio conocido que el de matar, a un País Vasco que se parece poco a lo que ellos pensaban que sería cuando triunfaran, la Euskalherría independiente con un régimen político de inspiración marxista. Regresan a un País Vasco que sigue siendo comunidad autónoma, integrada por tres territorios (no siete), de la que no forma parte Navarra -que sigue siendo comunidad foral- en la que rige la Constitución española y el estatuto de Guernica y en el que, para más inri, gobierna un partido de derechas. Les dicen: bueno, pero estamos en las instituciones. Es cierto, en las instituciones que siguen en pie pese a los cuarenta años que se han pasado tratando de dinamitarlas.
Ahora les organizan fiestas, les invitan a vinos y los sacan en las fotos de familia, resultan útiles para mantener una bandera ondeando -la de la excarcelación y los cambios en la política penitenciaria, vienen bien para mantener movilizada a la parroquia-, pero el día que ya no lo sean se acabarán los saraos y tendrán que pagarse las copas de su bolsillo. Otegi, que también saldrá alguna vez de prisión,lo que quiere es ser lendakari él, no que lo sea Kubati.