"Oye, Tim, ¿tú no tendrás algo ahorrado que nos pudieras donar?”
Les voy a decir una cosa.
Aprovechando que Luis de Guindos habla a lengua de Shakespeare (o del conde de Oxford), aprovechando que saber decir que excelente acento “give me, give me” o “save me, save me”, podía haber llamado a Tim Cook para pedirle que se acordara de nosotros e igual le había solucionado a Montoro todos sus problemas.Tim Cook, como saben todos los que le conocen, es el hombre que gobierna ahora Apple, la compañía que fundó Steve Jobs y que está viviendo sus años de gloria. Tanto, que es capaz de ganar en un solo trimestre casi 10.000 millones de euros -¡diez mil millones, el doble de lo que Rajoy tiene que arañarle al presupuesto que tenía previsto gracias al medio punto de déficit que nos añadió en los deberes la Unión Europea!-.
ondacero.es
Madrid | 19.03.2012 20:30
Como ésta es una compañía rara en muchos aspectos (o inusual, a la manera en que lo era su fundador), nunca hasta ahora ha repartido dividendos -Google, por cierto, tampoco-: nunca ha repartido desde que regresó Jobs y decidió que nada le garantizaba mejor la independencia para hacer lo que le viniera en gana que no tener que andar pidiendo dinero, es decir, tener un colchón de efectivo lo bastante gordo y mullido como para poder autofinanciarse. En los años en que la compañía fue mal casi todo el mundo entendió que no se repartiera dividendo porque no había nada que repartir, pero cuando llegó el boom del iPod, y del iPhone, cuando empezó a entrar dinero a espuertas y la empresa se convirtió en una máquina imbatible de generar beneficios, muchos accionistas empezaron a criticar la política del puño cerrado de Jobs, su empeño en seguir engordando la hucha en lugar de premiarles a ellos con algún dinerillo.
Los resultados del último trimestre (casi cuarenta millones de teléfonos vendidos, quince millones de tabletas), han terminado de inundar de efectivo la caja de la compañía, sus ahorrillos, que suman la astronómica cantidad de setenta y cinco mil millones de euros, aproximadamente el 8 % del PIB de España. Todo el ajuste que a Rajoy le toca hacer este año se estima en unos cuarenta mil millones de euros. Apple tiene ahorrados setenta y cinco mil en el banco. Llamas a Tim Cook, le explicas el potencial enorme que tiene nuestro país, le cuentas lo apuradillos que andamos y así, como quien no quiere la cosa, le dejas caer la pregunta: “oye, Tim, ¿tú no tendrás algo ahorrado que nos pudieras donar?” Como las empresas tecnológicas son tan especialitas, igual cuela. Hoy era el día en que el señor Cook iba a anunciar algo que había despertado casi tanta expectación como el iPad 3: qué uso se va a hacer de los setenta y cinco mil del ala. Es decir, si por fin Apple, rompiendo con su tradición de estos años, repartía dividendo, como así ha sido. La mitad de lo que tiene en caja lo repartirá entre los accionistas.
Los analistas tienen una tesis sobre las empresas tecnológicas más punteras que, en cierta medida, podrían aplicarse ahora los gobiernos de los Estados. La tesis dice que estas empresas prefieren la hucha al reparto de dividendo porque están en un sector muy cambiante y, por ello, incierto que hace aconsejable tener siempre un colchón gordito. Un año sacas un producto que es un tiro y te hinchas a ingresar dinero, pero al año siguiente igual pinchas y, si no tienes colchón, te la pegas.
Cuando a Jobs le preguntaban por qué se empeñaba en mantener saldos tan elevados en el banco en lugar de mimar a los accionistas repartiendo, respondía algo muy de él: “tener mucho dinero ahorrado nos da una seguridad tremenda, porque si necesitamos adquirir algo firmamos un cheque y punto, no tenemos que pedir prestado”. El dinero disponible era su garantía de libertad: mientras tuviera con qué pagar, podía hacer lo que le viniera en gana. No requería de prestamistas que le abrieran el grifo a cambio de un interés más o menos elevado.
Ahora que la prima de riesgo, los vencimientos y el tipo de interés de las subastas del Tesoro se han convertido en el pan nuestro de cada día, mucha gente ha caído en la cuenta del escaso margen de autonomía que le queda a un gobierno si tiene que estar pidiendo prestado cada quince días a esos mercados financieros, o si el dinero que necesitas ya no es sólo para afrontar nuevos gastos, sino para refinanciar la deuda que ya tenías. Imagínate que España tuviera setenta y cinco mil millones de euros en el banco, como Apple, lo poco que nos iban a importar los mercados financieros o lo que dijera Jean Claude Juncker. Ahora todos los dirigentes políticos en nuestro país, sin ser conscientes de ello, se han apuntado de repente a la doctrina Jobs. Si hay una frase que ahora tienen todos en la boca es que “sólo debemos gastar lo que ingresamos, ni un euro más”, porque de pronto todos han descubierto que llevaban años (ellos) gastando de más.
Han pasado de pedir créditos y más créditos (a sus cajas de ahorros, sobre todo), de endeudarse sin reparos y de querer siempre gastar más, a erigirse ahora en profetas del equilibrio entre ingresos y gastos. “Gastemos sólo lo que tenemos”, dicen con una solemnidad recién aprendida. Si se aplicaran del todo la doctrina Jobs lo que dirían es gastemos siempre menos de lo que ingresamos y tengamos un capital ahí aparcado, a modo de provisiones, por si las vacas algún día vienen flacas. Hubo un tiempo en que los administradores de lo público sacaban pecho cuando cerraban un ejercicio con superávit, pero pronto se dieron cuenta de que, en términos electorales, aquello no resultaba rentable.
Los ciudadanos votantes mirábamos poco a las cuentas del municipio, o de la comunidad autónoma, porque nos importaba más ver qué obras se habían hecho, en qué se notaba (físicamente) que había cambiado el lugar donde vivíamos. Los gestores se acostumbraron a endeudarnos porque nunca pareció que nos molestara que lo hicieran, y cuando llegó la crisis y se desplomaron los ingresos, volvieron a endeudarse para poder mantener todo aquello que habían puesto en pie y para refinanciar las deudas de antes. La solución a la deuda con los proveedores -ya lo hemos visto- ha sido endeudarse con los bancos al cinco por ciento.
Y la forma de cumplir con esos créditos, consecuencia de la deuda anterior, será incrementar la presión fiscal, inventar nuevas tasas, subir las que ya existen, resucitar impuestos. Alguien se preguntaba aquí el viernes pasado por qué del mismo modo que las empresas o las familias ahorran, en los buenos tiempos, para tener colchón en caso de crisis, por qué igual que se obliga a los bancos a tener asegurado un porcentaje determinado en provisiones, no se obliga a las administraciones públicas, cuando la economía es boyante, a guardar dinerito en la hucha para afrontar, con menor dependencia de terceros, las etapas de recesión en las que andamos buscando dinero debajo de las piedras y recortando servicios públicos que ya no nos podemos permitir. Pensamos que nos sobraba el dinero cuando, en realidad, no nos sobraba: aquel es el que nos hacía falta para lo que vino luego.