Entre la audiencia en Zarzuela en la que Rajoy le dijo al rey Felipe que tururú de momento a la investidura porque la pierde y esta llamada que le hizo anoche a Albert Rivera para empezar a hablar de la gobernabilidad de España. Subrayemos hoy la palabra “empezar” porque es la que necesita explicación: qué ha sucedido entre el viernes y anoche para que empiece ahora lo que Rajoy podía haber iniciado hace un mes. La negociación con Ciudadanos —el PSOE de momento sigue siendo un frontón— para ver qué opciones hay para investir presidente.
Algo se mueve, o no. Treinta y seis días después de las elecciones; tres días después de haberle dicho al rey que no, Rajoy llama a Rivera. Aparentemente no ha pasado nada que explique la llamada. Salvo…que Pedro Sánchez llamó primero. El sábado. Y quedaron los dos, PSOE y Ciudadanos, en seguir hablando de posibilidades. Salvo…que el PSOE ha hecho saber por todos los cauces posibles que en su lista de prioridades Rivera está por delante de Iglesias, aunque tenga menos escaños. Y salvo…que ha calado la idea de que Rajoy se ha echado a dormir esperando que Sánchez se la pegue porque su única tabla de salvación es que se celebren elecciones de nuevo. ¿Qué pasaría si prosperara un acuerdo Sánchez-Rivera para constituir un gobierno estable con un programa reformista e invitaran al PP a facilitarlo? De los tres que, según Rajoy, deberían ponerse de acuerdo, ¿qué pasa si dos acuerdan y le dicen que se retrate al tercero? Sueña con ese escenario el comité federal del Partido Socialista. Sueña. Porque sabe que lo que se acabará discutiendo el sábado es si se traga con las exigencias de Podemos.
De lo que anoche hablaron Rajoy y Rivera se ha filtrado poco porque hay poco que filtrar. Quedaron en empezar a conversar dándole una apariencia de cosa seria, con grupos de trabajo que intercambian papeles y estudian reformas legales. Pero…después de que el rey —al cabo del remake de esta semana— proponga candidato a la presidencia del gobierno. El lunes lo aclaró Fernando del Páramo en La Brújula.
Que estén dispuestos a sentarse a hablar, ¿significa que Rivera está por la labor de hacer presidente a Rajoy? Pues no y sí. Ciudadanos siempre introduce en la ecuación —porque numéricamente es impepinable—- al tercero en discordia, el PSOE. ¿Qué tiene dicho Rivera hasta hoy? Pues que él está dispuesto a facilitar un gobierno del PP o del PSOE si cualquiera de estos partidos cuenta con la bendición, o la abstención al menos, del otro grande. Si el PP se abstiene en la investidura de Sánchez, él vota sí. Si es el PSOE el que se abstiene en la de Rajoy, él vota sí. En ausencia de pacto entre los grandes, con él que no cuenten. Hasta hoy —veremos en adelante— ésta es la postura de Ciudadanos. Nítidamente expresada, en este programa, por uno de los lugartenientes de Rivera, Juan Carlos Girauta.
Cambio de actitud respecto de la investidura de uno o de otro no hay, pero —ésta es la novedad— con Albert Rivera ya hablan los dos que entre ellos no pueden ni verse. Ahora tiene la oportunidad de probar su eficacia como celestino, como muñidor de acuerdos entre adversarios que parecen enemigos.
Ciudadanos ha introducido otra novedad, o subrayado, en su discurso: con Podemos no van a ninguna parte. Y no por el derecho a decidir, o no sólo. Ahora sitúa Ciudadanos como cuestión principal —la menciona incluso por delante del referéndum— el modelo económico. Porque durante la campaña electoral no fue el derecho a dedicir la bandera principal que enarboló Podemos, fue su rechazo a las políticas económicas europeas, a la forma en que se está construyendo la Unión, a la cesión de soberanía. La doctrina económica de Podemos es la intervención estatal y la nacionalización de las empresas que considere estratégicas. Y es en esto donde se pone ahora el foco.
Cuando Podemos celebraba la victoria de Syriza en Grecia no era por el derecho a decidir, era porque pensaba que era el final del pacto fiscal europeo, el déficit cero, todo aquello. Ya llegamos Alexis, ya llegamos. Ésa era la esencia, no la autodeterminación, ni la plurinacionalidad, ni el país de paises. Y era esa esencia la que el PSOE repudiaba, lo que entonces llamaba euroescepticismo y populismo, no agenda social ni políticas de izquierdas. Esto es lo que ahora algunos le están recordando a Sánchez, y por eso le están reprochando esta frase losa que pronunció gratuitamente el viernes: que los votantes socialistas no entenderían que Iglesias y él no se pusieran de acuerdo.
Podemos no sólo condiciona su apoyo a que se acepten sus planteamientos, sino que incluye ahora como única fórmula viable un gobierno de coalición. Y ésta va a ser la nueva línea roja que los barones socialistas le pongan a Pedro Sánchez: investidura con Podemos vale, pero meter a Iglesias en el gobierno, ni de broma. Es verdad que Sánchez se comprometió a someter cualquier pacto al sanedrín de la dirección socialista, pero también que lo que ha dicho es que, llegado el caso, el partido tendrá que pronunciarse. Y está por ver qué significa exactamente eso: porque siempre le queda al secretario general, en su pulso con los barones y como última bala, convocar a la militancia socialista en urnas a que se pronuncie. Con las encuestas reflejando que el pacto mejor visto por los votantes del PSOE –no por todos ellos, obviamente--- es con Podemos. Si los barones tratan de desautorizar a Sánchez, éste puede pedir el comodín del militante para que sea éste quien desautorice a los barones. Y continuará.