Aunque el candidato socialista lo presentó ayer como gran novedad de su programa, y los medios le hemos seguido la corriente, podría parecer que esto es, en efecto, nuevo. Pero no lo es. La idea de la renta básica, no universal sino para familias sin recursos, la formuló el PSOE en enero de este año. En aquel tiempo —-ha llovido tanto, ¿verdad?—-, Sánchez aún llamaba a Podemos populistas vendemotos bolivarianos y cosas parecidas, de ahí que cuando anunció su idea de la renta básica puso tanto empeño en llamar mentiroso a Iglesias por prometer una renta universal imposible que su propia propuesta pasó ligeramentre inadvertida.
Sánchez, por tanto, re-promete una ayuda para familias sin recursos que ya anunció en enero y que tampoco sería, en rigor, nueva, porque vendría a ser la versión estatal de las variadas rentas básicas que tiene hoy en vigor los gobiernos autonómicos con nombres diversos: la renta minima de insercion en Madrid, 532 euros; el ingreso mínimo de solidaridad en Andalucía, 641 euros, la renta garantizada de ciudadania en Castilla y León. A esas ayudas que ya existen, se sumaría esta otra a cargo de la Seguridad Social, 426 euros. Renta sí, pero limitada a familias sin recursos. De universal, nada.
Podemos ya reculó en esto de la renta universal hace meses. Más o menos cuando empezó a abrazar su nueva identidad táctica de partido socialdemócrata y a ahuyentar la imagen de partido populista al que le da igual prometer cualquier cosa. En este plan de austeridad que Podemos viene aplicando, desde otoño, a sus propios planteamientos (los recortes a sus propias aspiraciones programáticas) la renta universal decayó a la vez que otras ideas que han quedado diluidas. Aquel discurso primigenio que hacían algunos dirigentes del Podemos defendiendo la bondad de abandonar el euro, recuperar la política monetaria y devaluar la moneda nacional para hacer la economía más competitiva, dejó paso a este otro discurso, más solvente, que predica que la salida del euro es implanteable. Y que si el precio de permanecer es, como le ha ocurrido a Grecia, acatar los nuevos recortes que reclaman los demás gobiernos del euro, se acatan y se le alaba a Tsipras la enorme responsabilidad demostrada.
Al final, quien va a sobrevivir es Tsipras y quien se va a hundir es Paul Krugman. El premio Nobel de Economía más mediático de todos los tiempos (escribir en el New York Times ayuda) y el más citado por los socialdemócratas y los euroescépticos en los últimos cinco años. Krugman lleva años profetizando la ruptura del euro —-un instrumento mal diseñado de origen, según su tesis— y cada vez que tiene ocasión trata de echarse una mano a sí mismo, como profeta, animando a los gobiernos de los países del sur de Europa a que abandonen la moneda única.
Hace ahora tres años ya dio por hecho que Grecia saldría del euro sin remedio —antes de junio, dijo en mayo—; habrá pánico financiero, corralito en España y en Italia y, si Alemania persevera en su negativa a mancomunar los bonos, fin del euro. Chimpún. Al gobierno griego le volvió a recomendar que cogiera la puerta este mes de julio. Entusiasmado por la victoria del “no” en el referéndum, sentenció que salir de la moneda única tenía más beneficios que costes para el pueblo griego: oiga, Tsipras, sálgase de la pesadilla.
Bien, Tsipras hizo lo contrario —-permanecer en el euro pagando el peaje de las reformas que no quería—- y argumentó (atreviéndose a llevarle la contraria a Krugman) que la salida del euro era inasumible para el estado griego. O en palabras del aliado español de Tsipras, Podemos, que permanecer en el euro es ineludible. Sin llegar a admitirlo abiertamente, están coincidiendo con el análisis (en esto, sólo en esto) del alemán Schauble: “Krugman sabrá mucho de mercados, pero aún no se ha enterado de cómo funciona la Unión Europea”. En su descargo dice ahora el Nobel que sobrevaloró la aptitud del gobierno griego. Este Alexis ha resultado un flojo. Un tibio. Un farolero.
No es así, dijo ayer Iglesias, lo que ha resultado ser es un gobernante. Tomemos nota para futuros bandazos de esta frase comodín que sirve para todo: no se ven las cosas igual desde fuera que cuando uno gobierna. Parece una frase de Rajoy en enero de 2012 pero es del líder de Podemos después de Grecia. Ahora ya no parece tan antidemocrático, aplicar políticas que la sociedad de un país no comparte pero que son las que han pactado los gobiernos del euro. Ya no parece grave que un primer ministro haga una política que no ha sido votada por sus ciudadanos y siga en el cargo. Ya ni siquiera parece conveniente consultar siempre la opinión de la gente (para la prisión permanente revisable, por ejemplo, no se considera correcto pedirle su opinión a la gente). Han contagiado a los demás de sus términos y sus temas mientras ellos se contagiaban del conocido hábito del depende.