OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Mientras Puigdemont teledirija a Torra desde su mansioncita no habrá forma de cimentar un camino nuevo"

Decíamos ayer, Fray Luis, que Torra no es nadie. No es nadie y no puede hablar en nombre de los diputados de Esquerra Republicana en el Congreso.

Carlos Alsina | @carlos__alsina

Madrid | 04.10.2018 07:51

Torra sólo habla en nombre de quien le ha creado, decíamos ayer. Es el recadero de Puigdemont, su cria-torra, y el encargado de hacer llegar sus avisos. Cuando el lunes le dijo a Sánchez 'o tragas con la autodeterminación u olvídate de aprobar los Presupuestos' estaba haciendo público que Puigdemont quiere conflicto. Tensión. Ruptura. Un gobierno inestable en Madrid y, en consecuencia, elecciones generales. Y Torra, que otra cosa no pero obediente a su mentor es un rato, subió el hombre a la tribuna y se puso bravo.

• Hacer el ridículo un día por semana no es una buena idea cuando presides un gobierno autonómico.

• Hacer el ridículo dos días seguidos ya es para hacérselo mirar.

Joaquim Torra hizo el ridículo el lunes, con su amigable aliento a los CDR para que le apretaran y su impagable contribución a arruinarle al independentismo la fiesta del primero de octubre. Y volvió a hacer el ridículo el martes, cuando fijó como plazo límite noviembre para que Sánchez exhibiera la bandera blanca. Noviembre. Ni siquiera explicó por qué noviembre y no diciembre. Cuál era la razón de que, de pronto, le hubieran entrado las prisas. Tuvo que comerse el plazo, la exigencia y la prisa —se comió noviembre— antes de que pasaran veinticuatro horas. ¿Por qué? Porque Esquerra hizo saber que no está para ultimátums y que su posición la marca Oriol Junqueras.

Junqueras estará en prisión preventiva pero sigue teniendo voz y cabeza, por más que Torra —es decir, Puigdemont— jueguen a que todo el independentismo lo encarnan y lo dirigen ellos. Esquerra, como anticipamos aquí, mandó educadamente el discurso de Torra a hacer puñetas y le hizo, así, un amoroso guiño al gobierno Sánchez, que lleva meses poniéndole velas a Junqueras para que se emancipe de Junts per Cataluña —se independice, si usted prefiere— y libere al gobierno catalán de la tutela del de Waterloo. Porque mientras sea Puigdemont quien teledirija el gobierno desde su mansioncita de Bruselas no habrá forma de cimentar un camino nuevo. La normalización pasa por jubilar de una vez al prófugo.

Varios medios catalanes hablan de 'la soledad del president', en referencia a este Torra que ayer se comió lo que había dicho y le envió una carta suavecita a Sánchez invitándole a visitarle en Barcelona. Tampoco es muy correcto el diagnóstico éste de la soledad. Torra no está solo. Torra tiene a su lado a quien le creó, le aupó y le sentó en la poltrona del Palau. Y Puigdemont, que ayer estaba en Holanda dejándose dar otro homenaje, insistió ayer en recordarle a Sánchez que la presidencia se la debe a él.

Que si la receta de Sánchez es la misma que la de Rajoy pues no ha compensado el cambio de gobierno. El de Waterloo azuzando a Torra y cada vez más cerca de la CUP que de lo que queda del PDeCAT (el PDeCUP) y de Esquerra Republicana.

Porque ésa es otra: la CUP, socio necesario para que siga existiendo el rodillo independentista en el Parlament, tampoco se toma en serio ya al señor Torra. Le ven como un señor que habla mucho, que está todo el día anunciando marchas, homenajes, actos solemnes, pero a la hora de la verdad no arriesga nada. Fue la CUP quien más humilló a Torra ayer. Usted le exige a Sánchez la autodeterminación, el gobierno le responde que se olvide ¿y qué hace usted? Asumirlo mansamente.

La CUP, que puede estar todo el día con el megáfono y el mítin porque no va gobernar nunca, le ha dicho a Torra lo mismo que éste le dijo a Sánchez: que su margen se acabó y que no cuente con ellos para seguir gobernando. Es la estabilidad de Torra la que ahora se resiente. Cuando te pasas el día predicando que la desobediencia al Estado fue un acto de coraje ejemplar que marca el camino que se debe seguir, cuando vas de rebelde dispuesto a llegar hasta el final, cuando les dices a los más radicales que te aprieten, que te gusta, que te aprieten, lo normal es que te acaben preguntando a qué esperar para hacer un primero de octubre, desobedecer al Estado y sacar a los presos políticos de la cárcel. Y ayer la CUP se lo preguntó.

A qué espera usted.

Alguna vez tendrá que decidir Esquerra Republicana si da por amortizado a Puigdemont y envía sus proclamas y sus estrategias de tahúr al mismo sitio al que ha enviado el ultimátum de Torra: a la papelera de los discursos inservibles.

Mientras tanto, seguirá la ficción.

Mientras tanto seguirá Torra. Y seguirá la farsa.

Para ser un país en el que no hay justicia, en el que la casta se protege a sí misma y los poderosos nunca entran en la cárcel, ¿verdad?, tenemos a un ex vicepresidente del gobierno a punto de empezar a cumplir condena, carcelaria, mientras continúa haciéndolo un cuñado de rey y marido de infanta. Aquellos que tantas veces se indignaron porque Rodrigo Rato seguía en la calle, como se indignaron porque Urdangarín seguía en Ginebra, tienen una nueva oportunidad de entender lo que significa estar a la espera de que una sentencia sea firme. Que lejos de ser impunidad es la antesala de que, si la condena se mantiene, les acoja una celda.

En los próximos ingresará en prisión el señor Rato para cumplir la pena de cuatro años que ha confirmado el Tribunal Supremo. Él y otros directivos de Caja Madrid que disfrutaron de una tarjeta estupenda que les permitía ir al cajero a sacar 600 euros todos los días que quisieran o cargar en la tarjeta las comidas, las bebidas y las cenas. Y los helados, y los viajes, y la lencería en el caso de algunos de ellos. Apretando la ubre de la caja (apretando, que diría Torra) y aprovechándose de que los impositores, propietarios últimos de la entidad, no podían quejarse porque no eran conscientes del uso que le estaban dando los gestores de la caja a su dinero. El uso o, más bien, la apropiación. Porque usaban el dinero de ellos para pagarse sus gastos por la cara.

Ni coló en la Audiencia Nacional el cuento de que una tarjeta mágica como ésa era parte de su salario (el famoso salario sin límite que le permitió a Moral Santín ganar seiscientos euros en cash cada vez que iba al cajero) ni ha colado en la revisión de la sentencia que ha hecho ahora el Tribunal Supremo. Con pequeñas salvedades, se ratifican los delitos, las condenas y las penas. Y eso supone que a Rato, como a Santín, ya no le queda otra que empezar a hacer la bolsa para pasar los próximos meses entre rejas. Aquello que, según algunos, no veríamos nunca porque la justicia está vendida a los poderosos, estamos a punto de verlo de nuevo. Uno de los hombres que más poder acumuló en España compartiendo patio carcelario con delincuentes que nunca lo tuvieron.