Uno de los puntos menos recordados del pacto que tienen firmado —página 30, medida número 96— establece que quien haya sido presidente ocho años consecutivos renuncie a presentarse a las elecciones siguientes. Es decir, que si Rajoy consigue su objetivo de gobernar estos cuatro años —presupuestos mediante y sin apretar el botón nuclear de la disolución anticipada— será cautivo del aquel papel que firmó: el documento "Con ocho basta".
Puede que a Rajoy le parezca de mal gusto ahora que ha conseguido aguantar como presidente empezar a preguntarse cuánto le queda. Pero es lo que hay. ¿Qué planes tiene Rajoy para sí mismo? Qué pretende que suceda de aquí a cuatro años.
Desde el verano de 2015, tras la hecatombe de las autonómicas, el PP tiene paralizado su calendario de congresos regionales: andan descabezadas, y al ralentí, las organizaciones territoriales de aquellas comunidades donde se perdió el gobierno. Y se ha ido retrasando —a la espera de que hubiera gobierno firme— el congreso nacional del partido. El reparto del poder orgánico. De haber fracasado Rajoy en su empeño de ser presidente el próximo congreso del partido habría sido un terremoto —barra libre para las ambiciones de los aspirantes hoy agazapados—, pero dado que Rajoy se ha salido con la suya, todo lo más que se espera es una operación de chapa y pintura, como diría el sorayo Ayllón, o la soraya Soraya.
En estos meses interminables dándole vueltas a la noria de si habría o no habría gobierno, desde el trono marianista se le dio aire a la tesis de que Rajoy, que nunca piensa en sí mismo y sí en España y en el bien del partido, pretendía mantener la presidencia pero sólo un rato. Una legislatura corta, él lo asumía, suficiente para hacer las reformas imprescindibles y volver a las urnas ya sin él como candidato. En el cuento bondadoso con el que los flautistas del Hamelín mariano entretenían a los periodistas, el presidente —una vez confirmado en la Moncloa— iniciaría con sosiego pontevedrés la operación sucesoria: convocaría el congreso de su partido para hacer visible, en ese foro, su decisión de ir dejando el timón y las pistas necesarias para que pudiera identificarse al delfín por él designado. "Ningún apego al cargo", decían las fuentes cuando aún no había prosperado la investidura, "si algo no tiene Rajoy es afán por perpetuarse".
Bien, el Partido Popular, por decisión de Rajoy —de quién si no— ha elegido la segunda semana de febrero para reunirse consigo mismo y decidir qué quiere ser los próximos años. A tres meses de la cita y del presunto debate (estas cosas se planean con tiempo) tres cuestiones ya están resueltas:
• Una, que Rajoy seguirá de presidente. Mientras gobierne España nadie osará discutirle que gobierne el partido.
• Dos, que Cospedal seguirá de secretaria general si Rajoy quiere y no seguirá si no quiere. Ponerla de ministra de Defensa y mantenerla como generala de partido no parece que al presidente le resulte un problema.
• Y tres, que ni primarias ni elecciones internas ni tutías. Ya pueden los jóvenes cachorros ladrar cuanto quieran a la luna que la vieja guardia del partido —-entiéndase Rajoy, único que sobrevive— no van a aceptar que se ponga patas arriba el sistema de elección ni de dirigentes ni de candidatos. A Rajoy las primarias siempre le han parecido una modernez, una costumbre extranjera como Halloween o el Black Friday, que sólo trae problemas. Hubo primarias en el PSOE y eligieron a Sánchez. Hubo primarias en el Partido Republicano y las gano Trump. ¿Qué más ejemplos queréis —les dirá Rajoy a los suyos— de que es un invento del diablo?
Rajoy no quiere cambios y no habrá cambios.
Con razón a Luisa Fernanda Rudi, veteranísima, le daba la risa anoche cuando le preguntaba Del Cura en La Brújula si de verdad cree que alguien se pondrá a buscar compromisarios para disputarle a Rajoy la corona genovesa.
Desde el último congreso hasta éste la mayoría de los dirigentes del PP han perdido sus gobiernos autonómicos o municipales —qué fue de Alberto Fabra, de Bauzá, de Monago, de Pedro Sanz, de Luisa Fernanda Rudi, qué fue de Esperanza Aguirre, hoy concejala de a pie, o de Rita Barberá, hoy senadora del grupo mixto repudiada por el partido que hace año y medio aún la aclamaba—: todos ellos pasaron a mejor vida, incluso los que aún creen seguir vivos. Rajoy les dijo "confiad en mí". Y casi todos perdieron. Menos Rajoy, claro, que en minoría y con toda la precariedad que se quiera pero ha sobrevivido. Rajoy, Juan Vicente Herrera (en retirada), Núñez Feijoo (fortalecido) y Cristina Cifuentes (con altibajos).
El pacto que tienen firmado Rivera y Rajoy establece que si éste alcanza los ocho años de gobierno no volverá a presentarse. Está incluido en el capítulo de regeneración democrática. De donde cabe deducir que los firmantes —Rajoy y Rivera— asumen que permanecer en el cargo más allá de ocho años en lugar de renegerar la democracia la marchita. Ninguno de los extiende ese diagnóstico a sus cargos orgánicos en sus partidos.
Nunca, hasta este papel, se le escuchó a Rajoy defender la limitación de mandatos. Y, en realidad, tiene tanto valor su compromiso como el décimo ése del nuevo anuncio de Navidad: que llegado el caso, oiga, ya veremos si toca o no toca.