OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Al enemigo, ni agua"

¿Se acuerdan de la pregunta con la que empezó, hace un mes, el debate entre los cuatro candidatos? Que si garantizaban que no habría terceras elecciones, les preguntó Piqueras. Igual hasta recuerdan que Iglesias y Rivera respondieron que por supuesto no las habrá. Que Rajoy barrió para casa sabiéndose ganador de las elecciones de junio. Y que Pedro Sánchez… bueno, Pedro Sánchez fue el que menos se mojó sobre la hipótesis de una tercera convocatoria.

Carlos Alsina

Madrid | 12.07.2016 08:01

Aquella noche, hace un mes, parecía marciano, o masoquista, plantearse una tercera vez cuando aún no había pasado la segunda. Un mes después del debate, quince días después de las segundas elecciones, si hubiéramos de creer que nadie va a dejar aparcada la burra, lo de votar otra vez en diciembre tendríamos que empezar a contemplarlo no como marcianada sino como anomalía típicamente española. Seguir votando y votando porque los líderes políticos consideran una traición a sus votantes dejar que gobierne otro. Tanto Borgen y tanto suspirar por el final de las mayorías absolutas, el adiós al bipartidismo, la necesidad de pactar a la manera de los países nórdicos, y han convertido el Parlamento en un callejón sin salida, tipos enrocados que sólo se dan la razón a sí mismos y hacen del diálogo una palabra hueca, encantados de mirarse al espejo y disfrutar de este insufrible atasco.

Ahí siguen todos, repitiendo que el peor de los escenarios —inconcebible— es repetir el gatillazo de la legislatura abortada pero sin alcanzar a aclarar qué harán para conjurar ese fantasma.

La política española paga el precio de su vicio más acusado: caracterizar al adversario político como enemigo a muerte al que no se puede dar ni agua. El arte de la persuasión requiere de humildad en el que persuade y receptividad en el persuadido. Aquí la persuasión se trabaja poco. Da pereza intentar convencer al otro; enardece más la derrota, conseguir su rendición, poder proclamar ¡victoria!

No se cultiva la persuasión. Se cultiva la acusación. Más que el objetivo común se busca poder culpar al otro si las cosas no salen como uno quiere. Ya ha empezado otra vez, por su acaso, esta labor de siembra. Si hay terceras elecciones, está diciendo ya el PP, será culpa del PSOE. Extraña manera es ésta de persuadir a nadie para que acepte negociar un programa de gobierno que incluya algunas de sus demandas. No están diciendo los portavoces populares: "queremos contar con el PSOE para hacer examen de conciencia, cambiar nuestros peores hábitos, rectificar nuestros errores y hacer un país más limpio, más eficaz y del que podamos sentirnos todos más orgullosos". Un poco Roberto Carlos, si ustedes quieren, yo quiero tener un millón de amigos. Pero tendría más sentido que esto de advertir a los socialistas que caerá sobre ellos todo el peso del hartazgo ciudadano, recriminarles que aún no se hayan rendido a la evidencia de que han de dejar que Rajoy gobierne sí o sí. Por el artículo 33. El sí o sí es la forma más rápida de conseguir que te diga no, no y no. Qué parte del "no" no has entendido.

Negociar es estar dispuesto a ceder, es verdad. Pero antes de eso es saber a dónde se quiere llegar exactamente. Rajoy tiene claro cuál es su objetivo: seguir gobernando él. Aceptará cambios de sus políticas, sacrificará los ministros que haga falta, mandará a paseo a Rita, pero no se pondrá en oferta a sí mismo: lo único que no entra en la negociación es su condición de presidente. Tiene un resultado electoral que le refuerza. Y para él la cuestión está clara: o sigue él de presidente, o terceras elecciones.

Son los demás los que aún no han establecido qué esperan de esta negociación. El primero, Albert Rivera, que esta mañana se sienta a hablar con Rajoy en un clima de escaso aprecio mutuo. No llevará hoy consigo el señor Rivera la portada de 'El Mundo' con los sms a Bárcenas, pero habría de llevar consigo, al menos, la respuesta a esta pregunta: ante un gobierno presidido por Rajoy, reformista, comprometido contra la corrupción, los aforamientos, la politización de la justicia y lo que usted quiera, pero presidido por Rajoy, ¿cede o tiene una alternativa?

A Pedro Sánchez, que se ve con Rajoy mañana, le acabará tocando responder a esta misma pregunta: dado que no quiere que siga Rajoy, cosa muy legítima, ¿tiene un gobierno alternativo que ofrecer? ¿Su alternativa a un gobierno del PP cuál es? Porque a día de hoy ni la tiene ni ha mostrado su intención de ponerse a buscarla. Y si no tiene alternativa ni cree que le convenga a España ir a elecciones de nuevo, habrá de plantearse no mañana, sino hoy, a dónde cree que debería llegar una negociación suya con el PP. Qué quiere obtener no para él —ya sabemos que ningún político en España piensa en sí mismo, ¿verdad?— sino para el país cuyo bienestar procura. Si es que el PSOE está abierto a negociar algo con el PP. Si Rajoy va con idea de decirle a Sánchez "me tiene que apoyar usted porque sí" y Sánchez va con idea de decirle a Rajoy "no hay nada de qué hablar, no, no y no". ahórrense el paripé y no le llamen, por favor, dialogar a soltarse en la cara un par de agrios monólogos.

Qué fue del mestizaje ideológico que predicaba, desde la tribuna del Congreso, el candidato Sánchez.

El mestizaje. Del mestizaje al adversario ni agua. Entre Rivera y Sánchez pasará por el confesonario de Rajoy Pablo Iglesias. Que está por ver si le lleva al presidente en funciones algún libro con dedicatoria. Iglesias sí tiene claro que entre un gobierno de Rajoy y cualquier otra cosa, elige cualquier otra cosa. Incluidas las terceras elecciones.