De eso se trata a partir de ahora, de no recaer. De no volver a la tremenda historia de nuestra economía menguante. Como venía afirmando ya el gobierno -que tiene información adelantada de todo lo que se cuece en la contabilidad nacional-, en el tercer trimestre de este año (julio-agosto-septiembre) la economía española produjo un poco más que el trimestre anterior, un 0,1 % del PIB, ¡en positivo!, por primera vez en nueve trimestres, aunque haya sido -también esto se preveía- por la mínima.
Una decimilla, que es, en efecto, liliputiense al lado de los ritmos de crecimiento de otros países (o de este mismo en los tiempos de bonanza) pero que asoma como el primer brote verde cuya existencia cabe afirmar matemáticamente. Un 0,1 de PIB intertrimestral identifica una economía, un país, en crisis aguda. Pero si vienes de encoger, todos los trimestres desde hace dos años y medio, tiendes a ver esa decimilla con más cariño que cuando es al revés, cuando vienes de crecer mucho y ves que la cosa se desinfla. La tendencia, como en casi todas las series estadísticas, es lo que permite poner el dato en perspectiva.
Hace tres años y pico, en mayo de 2010, la noticia con la que abríamos los espacios informativos era la misma de hoy, con las mismas palabras y el mismo número: “El Banco de España da por acabada la recesión”, el PIB del primer trimestre del año, se decía entonces, creció una décima en comparación con el trimestre anterior.
Aquella otra decimilla fue la antepasada de nuestra décima de hoy. Que se parece, además, en otra cosa: en la otra comparación que cabe hacer, no con el trimestre anterior, sino con el mismo trimestre del año anterior, el dato que hoy ofrece el Banco de España es de un menos 1.2; el de comienzos de 2010 fue de menos 1,4. Veníamos de la recesión de 2009, el debate político sobre el diagnóstico de la crisis era muy apasionado, y gobierno y oposición se enzarzaron en un debate que recuerda mucho al de hoy. Porque donde el gobierno socialista de 2010 veía (con aquella décima) la prueba de que la recuperación ya había empezado, la oposición conservadora de entonces lo que veía era la prueba de que España se había estancado.
“Es absurdo llamar a esa décima ‘recuperación’”, decían los populares -Nadal, Montoro- en mayo de 2010, ajenos a estas bromas que a menudo gasta la Historia: tres años después son ellos los que llaman así a la décima, recuperación, tal como son los socialistas quienes tres años después se escandalizan que el gobierno de ahora exagera la importancia de esa décima con los mismos argumentos que emplearon entonces De la Vega y Salgado.
La verdad es que Rodríguez Zapatero tuvo mala suerte en aquel mes de mayo de 2010. Como va a ocurrir ahora con el dato que hoy ofreció el Banco de España, será el INE (el Instituto Nacional de Estadística) quien ofrezca el dato definitivo -que será el mismo- dentro de unos días. En 2010 también fue así: cuatro días después del Banco de España, el INE confirmó la feliz noticia de que habíamos salido de la recesión. Fue a primera hora de un día que casi nadie, en el Congreso, ha olvidado. Y Rodríguez Zapatero, menos. Porque fue aquel día en que el INE certificó que ya no estábamos en recesión cuando el presidente certificó que estábamos intervenidos; fue aquel día cuando se personó en el Parlamento para anunciar que todas aquellas medidas que él venía tachando de equivocadas, de neoliberales, de contrarias a la justicia social, pasaban a ser la piedra angular de su nuevo programa de gobierno.
Por supuesto se acordó el presidente de salpicar aquel discurso de dos palabras que se convertirían en comodín de todos sus discursos posteriores y también del presidente posterior, cuando fuera éste, Rajoy, quien incumpliera también sus compromisos: la primera palabra, ‘imprescindibles’; la segunda, ‘equitativas’.
Desde aquel día todas las medidas, recortes, ajustes, que ha anunciado un gobierno en España han sido presentadas como imprescindibles y equitativas. Sobre todo aquellas que no lo han sido.
Si en aquella primavera de 2010, pese a haber salido de la recesión, cambió tanto el panorama económico para España es porque se nos declaró en Europa el incendio helénico. En abril hubo que improvisar el anuncio de un plan de rescate financiero cuya finalidad era sosegar los mercados sólo con el anuncio, sin necesidad de ejecutar de verdad aquel rescate; pero los inversores no tragaron el anzuelo y hubo que improvisar entonces el rescate de verdad, con el efecto dominó que tuvo sobre los otros países periféricos y el estallido de lo que se dio en llamar la crisis de la deuda pública europea, o crisis del euro.
Lo que a comienzos de año parecía el comienzo de la recuperación acabó siendo, vencido el año, el comienzo de una recesión de caballo, ésta que ahora vamos dejando atrás. El contexto en el que llega esta decimilla de hoy es bastante distinto, en este sentido, del que teníamos en 2010. Aquella fiebre, o psicosis, de rescate de países hace tiempo que quedó sofocada; el mercado de la deuda pública (la financiación nacional) está calmado y ni siquiera espectáculos politicos como el de Berlusconi en Italia o el cierre del gobierno federal en los Estados Unidos parece que hayan puesto de los nervios a los grandes fondos de inversión.
El paisaje alrededor de la España que ya no mengua es un paisaje mucho más estable, y sosegado, que el de hace tres años. Pero en mayo de 2010 se aprendió una lección que en el ministerio de Economía no se ha olvidado: cuando la actividad económica es tan débil como para crecer sólo una décima de un trimestre a otro -dicho de otro modo, cuando la recuperación es tan incipiente aún, y tan débil, como para parecerse mucho a un estancamiento- cualquier factor interno, o externo, que emerja de repente y sin estar previsto puede secar el brote que hoy luce, tan vulnerable, en medio del páramo. La salida de la recesión es más un concepto técnico, y político, que verdaderamente económico.
Esto lo explicaba hace tres años Álvaro Nadal, hoy en la Moncloa, cuando en agosto de 2010, con dos trimestres ya seguidos de PIB en positivo pero con tasas interanuales aún de caída, aconsejaba no poner tanto el acento en la décima, o décimas, de crecimiento intertrimestral: “la realidad”, decía, “es que seguimos en recesión y destruyendo empleo”. El discurso del político cambia según a qué lado esté de la verja de la Moncloa, si en el lado de dentro o en el de fuera. Una décima arriba siempre es mejor que una décima abajo. Mejorar, aunque sea tan de poco en poco, es preferible a seguir empeorando. “A cuidarse y no recaer”, dicen los médicos cuando te dan el alta. Vamos saliendo. Pero el alta aún no nos la han dado.