Monólogo de Alsina: Silva quiere ser como Snowden
Les voy a decir una cosa.
Si en lugar de pedir asilo en Brasil, Snowden, el filtrador, hubiera pedido asilo en casa de Elpidio, estaría dejando ahora mismo la incómoda Rusia camino de un catre apañao en la habitación de invitados del juez Silva.
Carlos Alsina | @carlos__alsina
Madrid | 18.12.2013 20:17
Uno, al final, es quien es y no quien le gustaría ser, pero empieza a haber indicios suficientes de que si Elpidio José Silva Pacheco, juez titular del número 9 de Madrid, imputado por prevaricación y recién retornado al trabajo tras cumplir sanción de cuatro meses de suspensión por falta grave, pudiera elegir ser otra persona (hacerse otra persona), se haría Snowden.
Filtrar documentos confidenciales para que la opinión pública se entere de actuaciones escandalosas que vulneran sus derechos fundamentales. Así es como Snowden se ve a sí mismo y así como Silva desea, también, verse, aunque examinando el material de que disponen el uno y el otro salta a la vista que las diferencias son muchas, grandes y de diverso tipo.
A requerimiento del juez Silva, Caja Madrid entregó hace meses a la guardia civil más de ocho mil correos electrónicos conservados en los servidores del banco y correspondientes a la cuenta personal, pero corporativa, de Miguel Blesa. Sin que conste cómo, o a través de quién, lo cierto es que algunos de estos correos han acabado en manos de medios de comunicación --eldiario.es y El País-- que, con buen criterio informativo, los están publicado. Como son ocho mil los correos electrónicos, cabe pensar que la mayoría de ellos versarán sobre cuestiones relativas a productos financieros, medición de riesgos, inversiones, nuevas tecnologías y condiciones laborales de la plantilla de Caja Madrid, es decir, la gestión de la Caja, aunque de todo lo difundido hasta ahora lo que más eco había alcanzado es la revelación de que a Blesa le gusta la serie “Aída”.
Los correos los reclamó el juez confiado en encontrar allí pruebas de irregularidades financieras, o ilegalidades, con que fundamentar sus imputaciones a Blesa por la compra de aquel banco en Florida. Pero, a falta de trascendencia judicial, en lo que se han convertido es en munición para probar algo que igual ya se sospechaba, ¿verdad?, que el poder político que ponía y quitaba consejeros y presidentes en las Cajas de Ahorros trataba estas entidades como si fueran una consejería más del gobierno autonómico de turno, la máquina de financiar operaciones apadrinadas por el poder político y en las que la rentabilidad, el control de riesgos, el interés del impositor, eran cosas irrelevantes o anecdóticas.
Sorprenderse a estas alturas de ello no cabe, pero tampoco puede ser para nadie una sorpresa que si en alguno de los correos electrónicos de Blesa, requisados por el juez Elpidio, aparece el apellido Aznar, entonces el interés se dispara. El caso que esta semana ha saltado a la prensa ---quién sabe si comienzo de un largo serial, hay miles de correos--- trata, como sabrán, de una pretensión de Aznar que no salió adelante. Deseaba el ex presidente (año 2009) que la Caja inviertiera en la coleccion de un artista, Gerardo Rueda, fallecido en el 96. El sobrino del pintor le habría ofrecido a Aznar los cuadros de su tío para que quedaran expuestos en Madrid, previo pago de cincuenta y cuatro millones de euros. La idea del ex presidente era que la Caja comprara la colección y abriera un museo en la capital para exponerla de manera permanente.
Se entiende que le parecía, o quería que le pareciera, una buena inversión. Sólo que al responsable de la Fundación Caja Madrid, encargado de decidir en qué patrimonio cultural se invierte, no se lo pareció y dijo que nones. Curiosamente, lo que revelan los correos es un episodio (igual hasta inusual) en el que la dirección de una Caja de Ahorros, aplicando criterios profesionales, rechaza la sugerencia (llamémosla así) de un dirigente político aun sabiendo que el presidente de la Caja le debe el puesto a ese dirigente y que éste se va a agarrar un globo estupendo cuando su formidable idea sea ignorada.
El intercambio de mensajes entre Blesa y el hijo mayor de Aznar, hoy publicados, refleja eso: que el hijo le transmite el malestar de la familia (lo dolidos que están su padre y él mismo) y que Blesa responde que es que Caja Madrid no es su cortijo. Quien mejor queda en esta historia, estará de acuerdo el juez Elpidio, es el propio Blesa, que al responder esto de “la Caja no es mi cortijo” lo que está diciendo es sacando de su error a quien le insiste en que debería comprar esa colección de cuadros.
Es un arrebato, pasajero, de independencia de quien sabe, en el fondo, cómo ha llegado a la presidencia del banco --quién le hizo banquero-- y cómo han funcionado en esa casa siempre las cosas. A base de recados de los dos partidos principales a los que había que ser receptivo.
Suele decirse que no hay quien resista la difusión pública de sus correos electrónicos privados (por las cosas que se dicen en ellos, el lenguaje coloquial y las puyas a compañeros y adversarios). A Blesa --todo indica-- le aguarda una lluvia fina de publicación de conversaciones personales.
Entre los ocho mil mensajes que entregó al juez Caja Madrid puede haber episodios de los que ni siquiera los protagonistas se acuerdan. Por eso estas primeras entregas han encendido luces rojas en el PP madrileño, en algún sector del PSOE y entre algunos sindicalistas. Porque Blesa mantuvo siempre relación muy fluida, mensaje va mensaje viene, con los responsables de las organizaciones personadas en el Consejo de la entidad. Si Snowden va sacando su material por entregas, y sin previo aviso, los émulos de Snowden jugarán, probablemente, a hacer lo mismo.
El juez Elpidio dijo hace unos pocos días, cumpliendo una costumbre muy española, “si yo lo contase todo, el sistema no lo soportaría”. Lo dijo un poco a lo Jack Ruby. O a lo Diego Torres, por citar al almacenista de correos electrónicos más famoso de nuestra historia reciente. La tradición que cumple el juez imputado es ésta de “ay, si yo hablara”. Porque, contrariamente a lo pueda parecer, la tradición española no es tirar de la manta, sino amenazar con hacerlo. El más contumaz en esto fue Luis Roldán, toda la vida amenazando con tirar y, al final, tiró bien poco.
Cuando le preguntaron al juez Elpidio por qué no tira de esa manta que sugiere tener, qué le mueve a preocuparse tanto por la pervivencia de un sistema que le resulta tan viciado y tan corrupto, respondió a lo enigmático: “Creo que éste no es el momento --dijo-- pero a partir de ahora cualquier momento puede serlo”. Pues sea. Otros antes que él alertaron de que el sistema no resistiría la divulgación de aquello que ellos sabían --Perote, Roldán, Diego Torres, Luis Bárcenas-- y el sistema, como sabemos, los sobrevivió a todos.