EL MONÓLOGO DE ALSNA

El monólogo de Alsina: Semana horribilis para Barack Obama

Les voy a decir una cosa.

En 1992, mientras aquí celebrábamos la España imparable que encarnaba la Barcelona olímpica, a Isabel II de Inglaterra -en adelante The Queen- se le quemó el castillo de Windsor, se le divorció una hija, se le separó un hijo y se le rompió el matrimonio de Charles Lady Diana.

ondacero.es

Madrid | 18.04.2013 20:11

Al cumplirse, aquel año, el cuadragésimo aniversario de su llegada al trono, The Queen pronunció un discurso en el que dijo: “repaso el 92 y concluyo que éste ha sido un annus horribilis”. Desde entonces, esta expresión latina simboliza la sucesión de reveses que, en un periodo de tiempo, ha de encajar el reinante, gobernante o similar, al que (en expresión española poco respetuosa con quien sólo ve por un ojo) le ha mirado un tuerto. Tal como hubo un annus horribilis para The Queen y está habiendo unos cuantos también para don Juan Carlos, existen las semanas horribilis, como bien sabe Rajoy -que vivió la suya cuando estalló lo de Bárcenas- y como a estas alturas sabe también Barack Obama.

Lleva el presidente norteamericano una semana de reveses y sobresaltos: Boston, cartas, Tejas y armas. El lunes, un atentado cuya investigación no le está resultando rápida al FBI; ayer dos cartas con ricina que llegaron una al Senado y otra a la Casa Blanca; esta pasada madrugada la tremenda explosión en una fábrica de fertilizantes de Tejas con varios muertos; y entre sobresalto y sobresalto, el fracaso político que para Obama supone no haber podido sacar adelante su reforma sobre legislación de armas en el Senado. Está siendo una muy mala semana para el hombre que habita la Casa Blanca.

Obama pasa por ser un tipo que se enfada poco. Como Zapatero o como Rajoy, a los que cuesta imaginar pegando alaridos de indignación en su despacho. En público, desde luego, pocas veces se presenta enfadado. Por eso se nota tanto cuando lo está. Cuando Obama se agarra un buen globo aprieta los labios y eleva el mentón, como si desafiara a sus críticos a que se lo rompan. Cuando Obama se enfada hace silencios más largos de lo habitual y recurre a ese concepto comodín que uno siempre utiliza para darse la razón a sí mismo: el sentido común. Todo aquel que invoca el sentido común lo hace como aval para su propia postura, que coincide, por supuesto, con lo que el sentido común indica.

Barack Obama compareció anoche muy enfadado, o muy frustrado, ante la prensa en la Casa Blanca para poner a caer de un burro a los senadores que han tumbado, su propuesta de reforma para el control de armas. Vista desde Europa, tampoco es que fuera ésta una propuesta revolucionaria. No buscaba retirar todas las armas de los hogares o de los comercios -impensable, hoy, para un presidente de los Estados Unidos--, sino apenas cambiar un par de cosas: obligar a revisar el historial médico (mental) del comprador antes de entregarle un arma y prohibir los rifles de asalto.  Citó el presidente las encuestas que se han publicado sobre este asunto y que indican que el 90 por 100 de los ciudadanos bendicen la reforma que se proponía, invocó el sentido común y proclamó que el de ayer fue “un día de ignominia para Washington”, es decir, para el sistema político de la nación.

Los senadores que han votado contra la reforma -incluidos algunos de su partido- han cedido, acusa el presidente, a las presiones de los lobbies o al miedo a no ser reelegidos. Son dos acusaciones de naturaleza distinta. La primera sugiere que han obrado en contra de la voluntad popular (para satisfacer a los lobistas); la segunda, que el temor a perder las elecciones les ha llevado a votar contra su propia conciencia, pero sintonizando, se entiende, con lo que opina la mayoría de sus electores del estado al que representan.

Ésta acusación es más discutible: si un senador cree que sus votantes no comparten la limitación de armas, ¿debe apoyarla porque ése es el criterio de su partido, o el suyo propio, o debe oponerse? Esto que le ha pasado a Obama no es nada que no pase, en realidad, en cada votación que se produce en la Cámara o el Senado. El presidente propone pero es el Congreso el que legisla, y a diferencia de lo que sucede aquí con eso que llamamos la disciplina de voto, allí cada representante presume de tener criterio propio, habitualmente coincidente con el líder de su partido pero...no siempre. El enfado de Obama, más que con sus senadores disidentes, es con su equipo de fontaneros encargado de asegurarse los votos para ganar la reforma.

La acción persuasiva de la Casa Blanca sobre los senadores demócratas díscolos ha sido menos eficaz que la persuasión de los lobbies o de las encuestas de intención de voto. Nada nuevo bajo el sol de Washington. El sistema sigue funcionando como lo ha hecho siempre. Aunque esta vez le haya tocado perder a Obama y en un asunto tan sensible para millones de norteamericanos y en el que se han comprometido tantas familias que perdieron hijos en asaltos armados a escuelas o universidades como es éste del control del acceso a las armas.

Vive Estados Unidos una semana difícil en la que cada suceso del que informan la policía o los medios de comunicación abre el interrogante de si está relacionado, de algún modo, con los otros sucesos que ya se han producido. Si ayer la duda era si había vínculo entre las cartas con veneno y el atentado con las ollas a presión de Boston, esta pasada noche la duda era si lo de Tejas era también un ataque, un atentado, cometido por algún individuo o grupo no identificado. No sólo porque hubo una explosión, sino porque ésta fue en una planta de fertilizantes; algunos fertilizantes se encuentran entre los productos más demandados por los fabricantes de explosivos; y el humo que produce el incendio de los fertilizantes puede llegar a ser muy tóxico.

Circunstancias suficientes para que, admitiendo que probablemente estemos ante un accidente industrial, se haya dejado abierta la hipótesis de que el incendio y la posterior explosión hayan sido provocados. Mientras en Tejas siguen trabajando a esta hora los equipos de emergencia, en Boston se ha oficiado esta tarde la ceremonia en recuerdo de las víctimas del atentado del lunes. Sin avances conocidos en la investigación y sin que exista aún una hipótesis sólida sobre la autoría. Sólo en el asunto de las cartas con ricina ha habido ya resultados concretos con la detención de un hombre de 45 años que se llama Paul Kevin Curtis, vecino de Mississippi, cuyo currículum tiene poco que ver con el terrorismo internacional o con Al Qaeda: es masajista, trabajó de limpiador en un hospital y actúa en fiestas imitando a Johnny Cash, Prince y Elvis Presley–Love me tender, love me long-.

El FBI confirma su detención y deja caer que es un tronao conspiranoico que está obsesionado con el hospital en el que trabajó porque una vez abrió un congelador y vio allí órganos humanos. El típico zumbao que envía cartas tóxicas a la Casa Blanca. Lo que aún no ha alcanzado a explicar el FBI es cómo obtuvo este individuo la ricina, o cómo de fácil es para un cualquiera obtener una sustancia letal y poner en jaque a los servicios de seguridad del Capitolio.