La pelota pasa ahora a la cámara alta para que remate la faena, se haga efectiva la renuncia y se proceda a proclamar nuevo jefe del Estado. De los 341 diputados que emitieron voto, 299 lo hicieron a favor de la abdicación. En contra no votó nadie (en contra de que el rey abdique). Porque aquellos que han votado “no” (19), aunque técnicamente hayan rechazado la abdicación lo que estaban querido decir --y así han tenido oportunidad de explicarlo-- es “no” a la sucesión, a que el traspaso de la corona se consume en la persona de Felipe sin promover antes o un referéndum sobre el régimen político de España. 299 síes, 19 noes y 23 parlamentarios que dijeron pasopalabra, ni sí ni no, los de CiU, el PNV y media Coalicion Canaria (o sea, uno). Es decir, abstencionistas los partidos nacionalistas que están en el gobierno de sus respectivas comunidades autónomas.
Además de Odón Elorza, único diputado del grupo socialista que no votó “sí”, porque Federico Buyolo, que amagó con la discrepancia, al final votó lo que la dirección de grupo había indicado y porque Guillem García Gasulla, tercer díscolo, se ausentó de la cámara. Cuesta entender, es verdad, que un parlamentario cuya función esencial es tomar postura sobre las leyes en nombre de los ciudadanos que le hicieron diputado se escaquee de una votación, pero es lo que hicieron hoy Gasulla y la diputada socialista Paloma Rodríguez, que también optó hoy por la dejación de funciones. La explicación que ella ha dado es la siguiente: “Al no compartir el voto afirmativo decidido por la dirección del grupo porque la agrupación socialista a la que pertenezco es profundamente republicana, y al no ser capaz de conciliar estas dos lealtades, al grupo y a la agrupación, no tenía más opción que no respetar ninguna de ellas”. O traducido, optó --qué opción le quedaba-- por ser desleal por partida doble. Obsérvese que la diputada, al exponer su caso, no menciona en momento alguno la única lealtad que, por definición, está obligado a cumplir un parlamentario, la lealtad a quienes le han votado: menciona la disciplina de grupo --concepto inventado por los propios grupos que no consta en ley alguna-- y la preferencia de su partido en Galicia. Un diputado está para tomar postura, argumentarla y defenderla. Escaquearse de la cámara es convertirse en diputado de conveniencia: sólo participo cuando no me genere a mí problemas.
En lo que hace al PSOE, la temida (o eso decían algunos) rebelión republicana se redujo a Odón Elorza, que ni siquiera votó “no”, se abstuvo. La mayoría de los diputados socialistas eran republicanos antes de la votación y lo siguen siendo después de ella, lo que no les impide, según dijo Rubalcaba, aceptar y cumplir con normalidad las reglas pactadas en su día para la continuidad de la monarquía parlamentaria. Hoy Rubalcaba y Rosa Díez, por una vez y sin que sirva de precedente, coincidieron bastante en sus planteamientos: ambos subrayaron que el hecho de que haya un rey no significa que los demás seamos súbditos; quien toma las decisiones, quien hace las leyes, es el Parlamento elegido en urnas, y por eso es el Parlamento quien tiene que autorizar al rey, ahora, para que éste se quite de en medio. Los abstencionistas fueron los que más dificultades tuvieron para explicar su postura. Durán i Lleida hizo una versión ampliada de su artículo del lunes en La Vanguardia, esa escudella de razones diversas y dispersas que viene a revelar que, a falta de un motivo nítido, cabe alegar muchos difusos.
Los dos grandes no cuentan con nosotros, lo urgente es resolver el problema catalán, estamos enfadados porque Rajoy nos dijo que hacemos política pequeña. En su juego de equilibrios sobre el alambre, y haciendo méritos ante el rey que llega, presumió Durán de ser el politico de CiU que más horas ha hablado con el Príncipe y el primero que hoy se ha acordado de la reina Sofía ---un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo---. Que no pero que sí, que sí pero que no. Qué desgarrador debate de este hombre consigo mismo. Y al cabo de este pulso tan íntimo ---Durán frente a Lleida--- qué iba a hacer, sino abstenerse. O como ha dicho la canaria Ana Oramas después de reclamar un cambio en el modelo territorial, “es momento de pasar a la acción y por eso nos vamos a abstener”, nunca la acción resultó tan descansada.
Quienes mejor lo pasaron hoy, esa impresión transmitieron, fueron los del “no”. Frente al encaje de bolillos de los abstencionistas, el discurso de los contrarios a la sucesión fue directo y claro: fuera la monarquía y constituyámonos en república. Formalmente lo que piden es un referéndum, pero dan por hecho que ganaría la opción republicana porque, según Cayo Lara hay que elegir entre monarquía y democracia y el pueblo exige lo segundo. “República”, en el relato muy favorecedor que ha hecho el coordinador de IU, equivale a democracia, estabilidad, instituciones que no hacen daño al pueblo y a terminar con el paro. Izquierda Unida, que forma parte de las instituciones desde hace treinta años y que está gobernando municipios y co-gobernando una comunidad autónoma, proclama ahora que las instituciones han resultado dañinas por tener en la jefatura del Estado a un rey en lugar de a un presidente republicano.
El anhelo de una tercera república es una bandera tradicional de IU y de Cayo Lara ---hace bien en enarbolarla con la pasión y la vehemencia con la que hoy lo ha hecho---, pero resulta demasiado interesado, siendo España una monarquía-parlamentaria, atribuir todos los defectos del sistema, sus carencias, a la primera palabra, monarquía, exonerando a la segunda, parlamentaria: quien ha forjado el sistema y quien hace las leyes por las que se rige la sociedad española es el Parlamento, del que forma parte desde siempre el PCE y desde el 86, IU. Nunca ha sido el grupo mayoritario porque los españoles no han querido que lo fuera, pero participar de las instituciones ha participado siempre. Este empeño por hablar desde dentro como si uno estuviera fuera tal vez tenga que ver con la inquietud que tienen los dirigentes de IU de que Podemos les acabe comiendo a ellos la merienda. Cuando Lara aludió hoy a “los partidos dinásticos” sonó a una versión-IU del célebre “la casta”.
En ocho días, Felipe será rey. El de Amaiur ha dado hoy por hecho que va a durar, por lo menos, cuarenta años, lo cual debería acogerlo el Príncipe como el más entregado de los votos de confianza. Es interesante cómo los nacionalistas vascos y catalanes reclaman al nuevo rey que tome postura en los debates políticos abiertos (naturalmente, que lo haga en favor de ellos) e incluso que sea él quien promueva reformas constitucionales. Aitor Esteban, portavoz peneuvista, llegó a decir hoy que Felipe no puede ser “una figura de cera que se pasee de evento en evento”, sino que debe dejar claro qué modelo de Estado quiere. Para ser tan poco monárquico, pretende atribuirle al rey un poder al que éste no tiene derecho porque la sociedad nunca se lo ha entregado.
El modelo de Estado que quiera el Príncipe es perfectamente irrelevante. Quien decide el modelo de Estado es la sociedad representada en el Parlamento al que el portavoz Esteban pertenece. Otros portavoces, el propio Rubalcaba, han hablado de cómo el relevo en la corona debe ser algo más que el cambio del padre por el hijo, que ha de abrirse un nuevo tiempo. Esto de la segunda transición que ya comentamos el día que se anunció la abdicación. Como si hubiéramos vuelto al 75 y le correspondiera al rey decidir el rumbo político del país. Promover cambios e iniciar el proceso de reforma de la Constitución, es potestad de los grupos políticos, no del monarca por muy jefe de Estado que sea. Es tarea, para empezar, del grupo mayoritario en el Congreso (que para eso tiene la llave de casi todo) pero también del resto, de las minorías que concurrieron a las elecciones para tener presencia (y se entiende que para hacer cosas) en esa cámara. Si quieren una segunda transición, que empiecen a hacerla. Cunde la impresión de que los grupos parlamentarios le quieren encalomar al Príncipe la tarea que les corresponde a ellos.