Vestida de grana y oro, avanza doña Cristina hacia el centro de la plaza. Esto de haber llamado paseíllo, término taurino, al caminito que va de la calle principal a la puerta del juzgado (más conocido como “la rampa”), tiene un pequeño inconveniente, que es definir qué rol le corresponde a la afectada. El paseíllo en la plaza lo hacen los matadores con sus cuadrillas para que el respetable los salude con entusiasmo antes de iniciarse la lidia. Y no parece ni que a la infanta, mañana, le corresponda el papel de matadora ni que vaya a ser jaleada desde tendidos y andanadas al grito de “córtale al juez las dos orejas y el rabo”. No parece.
Es al juez, el fiscal y los abogados personados a quienes corresponde, mañana, hacer faena. “Faena judicial”, se entiende: no acuden con ánimo de clavar la puya o de buscar el descabello de nadie, acuden a hacer cada uno su trabajo para que el resultado final sea que nadie pueda torear la ley, sea infanta, duque-marido-de-infanta, socio de duque, sea fiscal, abogado o juez de instrucción. Son conocidas las diferencias de criterio entre Castro y Horrach, el “pique” que mantienen -con cierto desdén por parte del fiscal en sus apreciaciones sobre el juez- e incluso que hace tiempo que no se hablan. Pero, puertas adentro del juzgado, cada uno hace lo que entiende que debe hacer. No saldrán a la calle a arremangarse, pegarse cuatro voces y entretener a los reporteros con una ruda pelea de barro.
De hecho, no es por desanimar a los compañeros presentes que trabajan mañana, pero hasta que no termine el interrogatorio (la deposición, lo llaman) y salga algún abogado de Manos Limpias a contar cómo ha ido la cosa, van a tener que estirar sus crónicas, y aguantar sus conexiones, a base de describir mil o dos mil veces cómo fue la llegada. Si caminó la infanta o condujo hasta el garaje; si de ser lo primero, se paró a decir alguna cosa; si, en ese caso, la gente que andaba por allí le gritaba; si de ser lo segundo, al garaje sin bajarse del auto, se percibió la frustración del público presente, la indignación porque “no hay derecho a que dejen conducir tanto a las infantas”, si por esto, o por cualquier otra cosa, fue vituperada.
Dándole vueltas a lo mismo a la espera de que se sepa alguna nueva cosa. Y la declaración va a durar algunas horas, en las que todo lo que el reportero, o el tertuliano reclutado para la matiné sabatina, podrá hacer es especular sobre lo que le estará preguntando el juez, lo que ella podría estar respondiendo y el horizonte judicial que le aguarda. Más interesante que cómo entre la infanta -esto del paseíllo es un debate accesorio y sin más recorrido- es cómo salga. Con qué ánimo y con qué impresiones.
Para aquellos que sostienen que en España el poder tiene impunidad y que al juez que se atreve a investigar a un pez gordo lo expulsan, de inmediato, de la carrera, cabe recordar que José Castro no ha sido ni sancionado ni acusado de nada, es un juez cuyas resoluciones generan división de opiniones jurídicas (¿cuáles no?) pero que ahí sigue, haciendo (conforme a lo que él entiende que es lo correcto) su trabajo. Claro que igual también habría que recordar todo aquello que se dijo cuando la Audiencia Provincial suspendió la imputación y encargó al juez que investigara mejor la sociedad Aizoon, aquello de que habían librado para siempre a la infanta de la imputación porque en una España sin división de poderes era impensable que una infanta acabara entrando, como imputada, en un juzgado. Voilá: justo eso es lo que va a pasar mañana, que una infanta entrará como imputada en el juzgado y saldrá en idéntica condición, a la espera de que el juez (el mismo juez que la ha imputado) pida opinión a las partes (lo previsible es que sólo Manos Limpias reclame que se le inculpe) y decida él si prosigue con la imputación o la descarta.
Seguro que se acuerdan de lo que dijo el juez en su auto de 227 folios: no me formen tanto escándalo que sólo estoy convocándola para que me responda unas preguntas. Que significa que hasta ahora no hay cargos concretos, delitos que el juez crea que la infanta ha cometido: eso es lo que llegará si, después de escucharla, decide consolidar la inculpación, en cuyo caso, lo sabemos, caben recursos e incluso cabe que Miquel Roca ponga sobre la mesa la doctrina Botín que dice que, para procesar a alguien, ha de pedirlo quien haya sido perjudicado por sus actos. Todo eso ya, para la próxima o las próximas semanas. Mañana, todo lo más, se sabrá cuáles fueron las preguntas y cuáles, las respuestas.
El juez ya anticipó algunas de las suyas en el auto de hace un mes: “¿Era usted consciente, cuando pagaba con la tarjeta de Aizoon, de que estaba simulando como gastos empresariales lo que eran gastos personales? ¿No es eso, acaso, una transferencia de renta de Aizoon a usted (un ingreso suyo) que en el IRPF no aparece declarado? ¿Admite usted, como copropietaria de esa sociedad, que se falsearon las cuentas para eludir el pago de impuestos, y que sin su participación ese fraude no habría podido cometerse? ¿No es verdad que pretendía usted, ante terceros, mirar para otro lado cuando lo cierto es que estaba al tanto de todo porque usted misma defraudaba?” Para preguntarle estas cosas, y otras, dijo Castro que convocada a la infanta. Ella no recurrió la decisión porque no tiene -dice ahora su defensa- inconveniente alguno en contestarlas. En algo más de doce horas empezará a hacerlo.
Los hoteles de Palma celebran el aforo completo para el fin de semana. Palma colmada de periodistas y la rampa del juzgado limpia y preparada. Palma con fotógrafos, con cámaras de televisión, con el pueblo presente, y sin regatas. Qué tiempos aquellos en que el público acudía al puerto deportivo a festejar la presencia de una hija de don Juan Carlos. Planazo de sábado por la mañana. Ver cómo entra en el juzgado una infanta.