Pongamos fin ya al luto, al duelo, por el fiasco de Buenos Aires. Ya pasó, hombre, ya pasó. Como dice el presidente del gobierno, “unas veces se gana y otras se pierde”, posible lema, ya que estamos, para las próximas elecciones europeas: Estrasburgo 2014 (esa elección interesa más en los cuarteles generales de los partidos, seamos sinceros, que esto otro de los Juegos Olímpicos, tan esquivo).
Cada español lleva dentro un hombre del tiempo, un seleccionador nacional, un médico, un analista político y, ahora también, un miembro del COI. España amaneció ayer poblada de eruditos en el movimiento olímpico capaces de explicarte no sólo el porqué del gatillazo madrileño (la crisis, el dopaje, la conjura francesa, el jeque kuwaití, el café, que a los COÍ-tos no les gusta con leche) sino las claves más ocultas que se esconden tras la elección de Tokio (dos palabras: los negocios, estos del COI lo que quieren es trincar, dicen los eruditos más sesudos).
España se revuelve contra el COI por haber hecho su trabajo, que es escoger a la ciudad que le da la gana sin tener que dar explicaciones. En eso consiste este certamen: un jurado que se deja adular y agasajar escoge al ganador de manera arbitraria. Siempre es así y el que se presenta, lo sabe. Esto no son ni unas oposiciones ni una competición deportiva.
Se parece más al concurso de reina de las fiestas: los que votan encumbran a una, porque sí, y se acabó. Esta mañana decía aquí Félix José Casillas: “Esto es como Eurovisión, nunca sabes por qué uno saca doce y el otro cero”. Es verdad. Se parece a Eurovisión en eso y en que hace muchos años que no ganamos. Pongamos fin al luto y pasemos página ya de los Juegos porque vamos a acabar todos saturados de anillos.
Al final lo que nos llevamos aprendido es que el hecho de que uno diga que su candidatura es la mejor no significa que lo sea; que si uno no sabe hablar inglés es mejor que no finja hacerlo; y que si lo que mejor funciona es la naturalidad, entonces no puedes llevar a Ana Botella. Lo peor no fue su inglés; lo peor fue su entonación, esa forma de hablar tan...¿exagerada? Los del COI decían: ¿quién es esa mala actriz que se ha metido en el cuerpo de la alcaldesa? ¿Por qué imita a Scarlatta O’hara? De los españoles se dice que cuando nos dirigimos a alguien que no conoce nuestro idioma lo que hacemos es hablarle como si fuera un poco sordo: le hablamos al-to-y-des-pa-cio, exagerando la vocalización y los tonos -¿ha-probado-usted-el-café-con-leche?; es ri-quí-si-mo-.
Frankly, Madrid no perdió por eso, otra cosa es que por eso pierda Ana Botella Madrid. Pero ésa es otra historia. Téngase en cuenta que la designación de candidatos a las distintas elecciones, en el partido de Botella, se hace como lo de la sede olímpica: se junta el jurado de notables presidido por el líder, el líder desvela a quiénes quiere de candidatos, el jurado aplaude y empiezan a encargar los carteles.
Y si a los del COI se les reprocha que no siempre elijan la mejor candidatura, a las direcciones de los partidos donde aún no hay primarias se les podría reprochar lo mismo, viendo el resultado que dan algunos. Ya sabrán que Esperanza Aguirre, siempre dispuesta a ser el centro (el centro de atención, quiero decir) aboga ya abiertamente por las primarias en su partido. Firma un artículo en el ABC que se titula “Ha llegado la hora”. Puesto en perspectiva, firma un artículo 36 años después de las primeras elecciones democráticas y 24 años después de la refundación del PP en el que afirma que “ha llegado la hora” de que los partidos se democraticen por dentro. Se ve que la hora ha llegado despacio.
El campanazo pretende darlo la señora Aguirre en su partido, que es, de los grandes, el que ni tiene primarias ni ha mostrado nunca mayor interés ni siquiera en debatir el asunto. Aunque ella habla todo el tiempo de “los partidos políticos”, sabe de sobra que en el PSOE, o en UPyD, ya hay primarias, y que son conocidos casos de dirigentes que han conseguido serlo en contra de la dirección nacional de su partido (en el PSOE gallego acaban de elegir no ya candidato, sino secretario general en primarias, en contra de la opinión de Pérez Rubalcaba). Es el PP quien se resiste a introducir estas fórmulas, y cada vez que un dirigente ha desechado la idea lo ha hecho invocando no los principios sino la táctica: el argumento más repetido es que al PSOE no le ha ido nada bien el sistema porque genera división interna y ahuyenta votos.
Que mejore la democracia interna carece de relevancia al lado de este argumento, ¿verdad?, tan poderoso. Y tan querido para quienes gustan de partidos disciplinados que castigan como merece la disidencia interna. Dice, ahora, Esperanza Aguirre que en España “todos los políticos tienen claro que deben su puesto a la cúpula de su partido, y que por eso es tan difícil encontrar una voz crítica dentro de la organización”. Si aplicamos la afirmación al partido que preside ella misma habrá que concluir, entonces, que todos los políticos del PP madrileño tienen claro que le deben su puesto a Esperanza y que por eso es tan difícil encontrar una voz crítica dentro de esta organización (como bien sabe Manuel Cobo).
Es verdad que en el Reino Unido, el modelo que propone Aguirre, la lealtad no se confunde con el pensamiento único: ahí está Cameron, primer ministro que quería sumarse a la operación castigo contra el régimen sirio y al que su Parlamento (y diputados de su partido) le han dado un revolcón notable. Y es verdad que en Estados Unidos la disciplina de las siglas no existe ni en la Camara de Representantes ni en el Senado, como bien sabe el presidente Obama, negociando a contra reloj con congresistas de diverso signo para evitar una derrota de su administración y recabar el buscado aval, la bendición, del Congreso al bombardeo en Siria.
Esta noche se dejará ver el presidente en los informativos de las principales cadenas -será entrevistado unos minutos en cada una de ellas- y en la madrugada del martes al miércoles se dirigirá a la nación desde el despacho oval. Su mensaje viene a ser éste: “no es que yo quiera atacar al dictador sirio, es que no me deja otra salida”. Con esa idea ha echado mano de otro clásico de los conflictos internacionales que ya se usó en Iraq o en Afganistán: la deadline, la fecha límite. Se da un plazo al régimen para que haga lo que se le exige.
Haciendo recaer así, en él, la responsabilidad de lo que ocurra. Tal como a los talibán se les dijo que podían evitar el ataque entregando a Bin Laden, a Bachar al Assad se le dice que tiene una semana para entregar su armamento químico. Porque él no niega que lo tenga.
Lo que niega es que pueda probarse que lo haya empleado contra su pueblo. El presidente sirio, que también se va prodigando en los medios, recibió ayer en su palacio presidencial, en Damasco, al veterano periodista norteamericano Charlie Rose. Es él quien le ha preguntado a Al Assad cómo se siente habiendo pasado de ser visto como el hombre templado que iba a modernizar Siria a un carnicero que masacra a su pueblo. Y es a él a quien el dictador sirio responde: “No soy un carnicero, soy el médico que amputa la pierna para combatir efizcamente la gangrena”.