EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: Una dimisión cortafuegos en UGT

Les voy a decir una cosa.

Los informáticos, como son muy de hablar inglés, lo llaman el “firewall”, pero los políticos, que son más de hablar en español -como los arquitectos- siempre lo han llamado el cortafuegos. La pared que impide que el fuego declarado en un lugar del edificio se propague al otro.

ondacero.es

Madrid | 29.11.2013 20:25

A Cándido Méndez se le debió aparecer en la pantalla del ordenador el mensaje del antivirus que recomienda activar urgentemente el cortafuegos. Aquel suceso que él diagnosticó erróneamente como pequeña fogata -las primeras facturas que camuflaban bajo conceptos falsos gastos en comidas y regalos para los dirigentes de UGT Andalucía- se fue extendiendo gracias a la condición combustible de los muchos papeles que han surgido hasta devenir en incendio serio, peligrosamente incontrolado, cuyo calor ha empezado a sentirse a muchos kilómetros de distancia, en la sede nacional de UGT, Madrid, calle Hortaleza.

La teoría de los círculos concéntricos que se explica en los cursos de defensa personal tiene su aplicación práctica en el ámbito político (ámbito al que pertenecen, en nuestro país, los dos sindicatos mayoritarios). Los círculos concéntricos son aquellos que protegen al líder máximo, resguardado en el centro, de los posibles ataques del exterior. Cuanto más sólido sea el más externo de los círculos, más seguro se sentirá ese líder. Cuando más endebles se vayan revelando los círculos, más  amenazado se sentirá en su liderazgo. El último cortafuegos que separa a Cándido Méndez de la quema se levantó hoy en forma de caída: la dimisión inducida, o sacrificio ordenado desde Madrid, del secretario regional de UGT Andalucía, Francisco Fernández Sevilla, la cabeza que se entrega en la confianza de que sirva para mantener el incendio a raya. Es un cortafuegos, pero es también el último círculo concéntrico.

Al entregar el peón está admitiendo Cándido Méndez la certeza del escándalo, el formidable desahogo con que la dirección del sindicato andaluz ha inflado, y falseado, facturas con el único fin de emplear el dinero público para pagar caprichos. Dinero que el sindicato recibía en concepto de subvención para gastos perfectamente especificados: formación de trabajadores, procesos de negociación colectiva, defensa legal de trabajadoras discriminadas por razón de sexo. Donde la norma decía que el dinero se aportaba a la UGT para estos fines concretos, la UGT leía que todo era un paripé, que se justificaba la subvención con algún concepto que colara pero que, una vez recibido el dinero, se podía usar para lo que le diera la gana: comidas, trolleys, maletines copiados. No eran -y esto es lo más grave del escándalo- episodios anómalos, era un modus operandi consolidado, una forma de proceder, una forma de entender el uso (y abuso) del dinero público.

Cándido Méndez supo, como tarde ayer -quizá antes- que la próxima semana la Junta de Andalucía reclamará a UGT la devolución de dos ayudas entregadas por la consejería de empleo que fueron malversadas. Dos abultadas ayudas: un millón cien mil euros la primera y setecientos mil la segunda. Palabras mayores comparadas con los 25.000 euros que ya tuvo que reintegrar UGT y posible punta de un iceberg, porque hay diecisiete expedientes abiertos por el gobierno andaluz (pendientes de resolución) y siete millones de euros en juego. Al descrédito que el escándalo ha ocasionado a la UGT se une el problema económico que le va a ocasionar tener que devolver un dinero que ya se ha gastado. O mal-gastado.

Lo que Cándido Méndez ha empezado a ver claro esta semana es que, lloviendo barro, va a tener que defenderse él solo. Los aliados naturales también se apartan cuando el olor a quemado (o a suciedad) empieza a ser demasiado acusado. Al principio debió pensar que el asunto escamparía -total, era una cosa muy menor aquello de la comilona cargada a gastos de formación-, nada que no pudiera despejarse tirando del argumentario de siempre, los enemigos del movimiento sindical que quieren acabar con UGT para aplastar los derechos de los trabajadores. El viejo “vienen a por nosotros”, un clásico en la respuesta de los partidos políticos cada vez que un escándalo les ha afectado.

Mientras la Junta de Andalucía, que es la que paga, se abstuviera (para taparse a sí misma) de admitir el mal uso de los fondos, el conato de fuego permanecería controlado. No era la primera vez que aparecían sospechas sobre los cursos de formación y siempre le funcionó al sindicato el discurso-víctima. Pero en la Junta de Andalucía ha habido relevo. Y la nueva lideresa, Susana Díaz, no es que quienes se prestan a unir su futuro al de nadie. Más bien al revés, si de algo tiene fama es de deshacerse de todo aquel, y todo aquello, que pueda obstaculizar su promoción política. Díaz ha decidido que hay que sacrificar a UGT para hacer creíble su celebrado discurso (el de ella) de: “seré implacable contra la corrupción, caiga quien caiga”. Y quien cae, de momento, es el líder de la UGT andaluza, Fernández Sevilla. Si Susana percibe que esta sola cabeza se queda corta, ella será la primera en pedir más.

Hoy habrá leído Méndez el editorial del periódico que le tiene a él entre sus lectores más fieles y más atentos, El País. “Un manto de relativo silencio ha protegido el funcionamiento económico de los sindicatos”, dice, “pero la situación resulta cada vez más insostenible”. Es el comienzo. Luego añade, desdeñando el argumentario que hasta hoy ha empleado el sindicato, que Cándido Méndez tiene que poner todo su peso orgánico al servicio de una completa clarificación en lugar de envolverse en la historia de la organización o esgrimir la paupérrima excusa de que se le ha abierto una causa general”. Excusa y paupérrima. No hay causa general contra el sindicalismo, en efecto, porque se destapen corruptelas en UGT. Como no hay causa general contra los partidos políticos porque se destape la contabilidad B, o las cuentas en Suiza de un tesorero.

Ya no podrá decir el sindicato que es la prensa conservadora la que va a por él para tumbar los derechos de los trabajadores. Ahora son -también- El País y la Junta de Andalucía quienes le están haciendo ver a Candido que, o reacciona y da la cara, o no tendrá quien saque la cara por él. Con el último cortafuegos -en forma de dimisión del secretario en Andalucía- intenta Méndez controlar este incendio que no se extingue. Permanece una duda que urge que la direccion nacional despeje: este proceder tan desahogado de la UGT de Andalucía, ¿era un hecho diferencial del sindicato en esta región, o es hábito de la UGT en todas partes? Si es lo primero, Cándido podrá salvarse. Si es lo segundo, no habrá cortafuego posible.