EL BLOG DE ALSINA

¿Fue un éxito o fue un fiasco?

Les voy a decir una cosa.

¿Y entonces? ¿Fue un éxito o fue un fiasco? Es la pregunta. Y también ésta otra: haya sido una cosa o haya sido la otra, ¿qué pasa ahora? ¿Cómo sigue esto? Lo de medir “en serio” el seguimiento de una huelga general se ha convertido poco menos que en misión imposible porque abundan las declaraciones de parte y escasean los datos objetivos.

ondacero.es

Madrid | 29.03.2012 20:17

Cabecera de la manifestación en Madrid
Cabecera de la manifestación en Madrid | Agencia EFE

El gobierno y los sindicatos ofrecen porcentajes de seguimiento que son eso, un simple número sin el anexo que explique cómo se ha llegado a él y que permita a los descreídos hacer verificaciones para contrastarlos. Sale Méndez y dice: 85 % de los asalariados, como podría decir 100 % o 23,7. Sale el ministro de guardia y dice: no ha llegado ni al 20, como podría decir ni al 5 o ni al 55, porque no hay manera de discutírselo. O enseñan algún día las tripas de estas cuentas tan dispares que ambas partes se hacen, o todo se reduce a un auto de fe: si crees en el rigor contable de los convocantes, darás por bueno su dato; si crees en la precisión estadística del gobierno, darás por bueno el suyo; y si no crees ni en lo uno ni en lo otro -desconfiado total- intentarás encontrar algún indicador que no sea manipulable: el que más se menciona siempre en las huelgas es el consumo de electricidad, porque se entiende que si paran los centros de producción, se gasta menos luz, tiene sentido.

Te dicen: compara con el consumo eléctrico de un día normal, y ahí lo tienes. ¿Ahí tienes qué? ¿Cuánto tiene que caer para que se afirme el triunfo, en cuántos megavatios se tasa la victoria? Dudas que te planteas, ¿verdad? Por no hablar del cambio de hora: como cambiamos la hora el domingo para ahorrar energía, a ver si por culpa del reloj se nos distorsiona toda la lectura de la huelga y de sus posibles consecuencias. Siempre hay alguien al quite que te hace sugerencias útiles y te dice: compara con la caída de consumo de septiembre de 2010, o de junio de 2002, las dos huelgas anteriores, y ahí te sale. Bueno, es una idea. En la huelga de 2002, que la mayoría de la gente recuerda como un éxito sindical, cayó la demanda eléctrica un 20,5 por 100, según leo en El País del día siguiente.

En la huelga de 2010, que la mayoría de la gente recuerda como poca cosa, la demanda cayó el 14,7 %. El País del día siguiente la llamó “huelga de impacto moderado”. El título de la información decía: “El gobierno descarta rectificar tras una huelga de seguimiento muy desigual”. En la huelga de hoy la demanda eléctrica, a la espera de los últimos datos, ha caído en torno a un 16 %. Parecido a 2010, aquella huelga de impacto moderado que Méndez y Toxo consideraron un “éxito rotundo” y que, según ellos, había tenido un seguimiento muy similar al de 2002, circunstancia que, a todas luces, era...inexacta.

El problema de decir lo mismo en todas las huelgas, te secunde abrumadoramente la sociedad o te dé la espalda, el problema de decir siempre que tu convocatoria ha sido un éxito sin paliativos es que devalúas por completo tu discurso. Si en 2002, cuando la huelga es enorme, dices “éxito total”; si en 2010, cuando pinchas, dices “éxito rotundo”, entonces tu palabra pierde valor: ya sabemos que pase lo que pase, para ti siempre será un éxito sólo porque tú la has convocado, o porque tienes la convicción, errónea, de que tu obligación es adaptar la realidad a tu discurso en lugar de intentar hacer, alguna vez, lo contrario.

La huelga general de hoy, con los pocos datos fiables que tenemos, salvo en el País Vasco no ha sido mayoritariamente secundada. ¿Significa eso que no ha hecho huelga nadie? Hombre, claro que no. En la industria el cese de actividad ha sido generalizado. En el transporte, notable. En el sector público muy inferior al que los sindicatos esperaban. Y en el sector servicios, irrelevante. Lo del pequeño comercio en las ciudades es capítulo aparte, porque casi todos los pequeños comerciantes son autónomos o pequeños empresarios, no son asalariados, luego es un poco absurdo exigirles que hagan huelga. Por eso los piquetes, cuando les dicen a los tenderos que bajen la persiana, lo que les están “pidiendo” no es que se sumen a la huelga, sino que hagan cierre patronal, que es otra cosa. Aunque las dos se llamen “huelga”, hay una diferencia entre la huelga “a secas” y la huelga “general”.

La primera se hace contra la empresa, para obligarla a negociar las condiciones laborales de sus trabajadores; la segunda se hace contra el gobierno y el objetivo es parar el país. Pero para que un país se pare, además de la huelga de los asalariados, tiene que producirse un cierre patronal generalizado (por convicción o por coacción, que ambas posibilidades caben). En la jornada de huelga general de hoy no se ha parado el país. Ha estado muy lejos de pararse. Del mismo modo que los gobiernos deben aceptar el éxito de una huelga general cuando éste se produce, los convocantes tienen que aprender a admitir que no lo ha sido cuando los datos indican que el efecto ha sido muy limitado.

Anoche ya comentamos que no se recuerda el caso de un dirigente sindical que haya reconocido, en una huelga, que la convocatoria haya pinchado, mucho menos alguno que haya reconocido -aunque sólo sea como hipótesis- que es posible que la mayoría social no se sienta identificada con su discurso, con sus políticas o con su estrategia. ¿Podemos concluir hoy que la reforma laboral de Rajoy la aplaude la mayoría de los trabajadores indefinidos? Obviamente, no. Las encuestas ya reflejan que ésta es una reforma muy contestada, que a la mayoría de los indefinidos no les gusta.

En todo caso lo que cabe concluir hoy es que la mayoría de la población no ve que una huelga general sea un acierto. Es posible que, en la sociedad española, esté más interiorizada de lo que creen los convocantes la idea de que para salir del hoyo va a haber que tragarse unos cuantos sapos, uno de ellos éste de la legislación laboral. Digo “es posible” porque nos movemos todos en el terreno de las percepciones, de las intuiciones, más que en el de los hechos probados.

¿Y entonces? ¿Qué va a pasar ahora (ahora que sabemos que la huelga general contra Rajoy ha tenido una caída de demanda eléctrica ligeramente superior a la de Zapatero)? Pues probablemente pasará lo mismo que pasó después de aquella. Los sindicatos dirán que tienen detrás a la calle; y el gobierno, que tiene 186 escaños que representan a la mayoría absoluta de los ciudadanos que votaron. El gobierno dirá: no cambio ni una coma de mi reforma (esto incluso lo dijo Rato en 2002, cinco minutos antes de que el gobierno Aznar reculara); y los sindicatos dirán, o ya están diciendo: o te sientas a negociar o recrudezco el conflicto. ¿Recrudezco? Después de una huelga general, ¿qué más cabe hacer, otra? Y ambos nos regalarán un festival de declaraciones contundentes y acabarán sentándose a hablar de alguna modificación pequeñita que se le pueda hacer a la reforma en su trámite parlamentario, una indemnización testimonial para el contrato a prueba de un año, algo en esa línea. Algún retoque menor, muy menor, porque tenemos en nuestro cogote la lupa de Bruselas y tampoco conviene que el gobierno se ponga ahora a bailar la yenka, ahora un pasito adelante, ahora un pasito atrás.

Bastante moscas tenemos a nuestros socios respecto de nuestras cifras y nuestra capacidad para cumplir con lo pactado como para añadir más madera a la sospecha sobre la capacidad del gobierno. Los líderes sindicales (ellos mismos lo dijeron) han hecho esta huelga para forzar al gobierno a tratarles como lo que siempre han sido, interlocutores primeros y necesarios para pactar la legislación laboral. Han hecho la huelga para reivindicarse, es comprensible, a sí mismos. Rajoy no va a cambiar su política. Si acaso cambiará su actitud hacia Méndez y Toxo, indignados los dos por el ninguneo.

La huelga es la noticia del día, pero, como es jueves, tenemos ya listo el café y el brandy de Jerez para añadirle un chorrito… y tomároslo a la salud de Batman. El Batman de la carretera 29 de Silver Spring, en Baltimore, que después de haber triunfado en la red ha saltado hoy a la primera página del Washington Post. El periódico publica su foto y su nombre (contra su voluntad, porque Batman nunca quiso que se sepa quién era) después del pequeño incidente que tuvo con la policía, cuando le dieron las luces en la carretera 29 porque su coche, un Lamborgini negro, en lugar de matrícula llevaba el símbolo del superhéroe. El conductor llevaba traje negro (de superhéroe) y máscara negra, así que la policía supo enseguida quién era: “el señor Batman, supongo”. Se llama Lenny Robinson, tiene 48 años y le gusta disfrazarse para acudir al hospital infantil a llevar regalos a los niños. La próxima vez ha prometido que al batmóvil le pondrá la matrícula.