MÁS DE UNO

El monólogo de Alsina: "Este intento de Sánchez de levantar un proyecto sobre los escombros de Rajoy ha llegado hasta aquí"

Presidente, esto no da más de sí. Resistir no es gobernar. Predicar no es gobernar. Gobernar no es vivir en la Moncloa. Esto no lo digo yo. Esto lo dijo usted.

ondacero.es

Madrid | 13.12.2018 07:55

Lo decía Simplemente Pedro, Just Peter, la personalidad anterior que usted tuvo. Ya que ahora está resucitándola, al calor del hundimiento de la fortaleza socialista del sur —el poder en Andalucía—, aproveche para revivir a aquel Pedro Sánchez que tan claro tenía que con 84 diputados las cuentas no le salían.

No deje que la ministra Celaá le confunda. La obligación de un gobierno no es mantenerse. La obligación de un gobierno es gobernar con acierto. Y si no está en condiciones de hacerlo, convocar a la sociedad y pedirle respaldo. Agarrarse a la tabla sólo sirve para agravar el naufragio.

Da igual que el líder Sánchez les diga a sus delegados territoriales, convocados ayer en la Moncloa, que su deseo es agotar la legislatura. Los deseos, a estas alturas, importan poco. No es que Sánchez quiera agotarla, es que la legislatura se ha agotado. Por agotamiento del calentón aquel que fue la moción de censura. La legislatura se acabó el dos de diciembre en las urnas andaluzas. Al artista Sánchez, capaz de tener girando todos los platillos a la vez en el escenario, se le ha roto la vajilla. Esto se acaba. No significa que se acabe Sánchez porque Sánchez durará lo que los ciudadanos en las urnas decidan cuando lleguen las próximas elecciones generales. Pero este intento de levantar un proyecto de gobierno sobre los escombros de Rajoy y amontonando siglas ha llegado hasta aquí y de aquí, en ausencia de urnas, ya no pasa.

En el pleno del Congreso de ayer —y ésta fue la paradoja— quienes más claramente expusieron que la legislatura está sentenciada no fueron ni Rivera ni Casado, por más que ellos emplearan esas expresiones literales.

Quienes evidenciaron que ya no hay más que rascar fueron los otros, quienes hicieron presidente a Pedro Sánchez a mitad de año. Con socios como estos, no hay gobierno que siga gobernando.

El espíritu de la moción de censura. Iglesias, Tardá, Campuzano. Los profetas de la autodeterminación en el Congreso de los Diputados. Qué espíritu era ese, oiga.

Éste es el pecado original. De la moción y de la actual presidencia. El pecado original de la moción de censura. Tan legítima, por supuesto, y tan ambigua.

Aquello que Ábalos presentó entonces como un éxito: ni siquiera hemos tenido que negociar nada, dijo, nos han apoyado porque sí. Aquel golpe de fortuna se revela ahora como la bomba de relojería. Porque Ábalos dijo la verdad: aquella moción no se negoció. Contagiados del fervor anti Rajoy, al calor de la sentencia de la Gürtel y teniendo al alcance derribar un gobierno en minoría (y sin proyecto político conocido) se amontonaron los voluntarios para levantar en hombros a Sánchez y llevarlo hasta la Moncloa. El proyecto común de los amontonados se agotaba en la moción misma. Echar a Rajoy de la Moncloa. No se negoció la moción y eso ha permitido que cada cual la interpretara como mejor le convenía. Sánchez, como un aval para permanecer en el sillón con presupuestos o sin ellos. Iglesias, como la fundación de un frente de izquierdas. Y el independentismo, ya lo dijo ayer Tardá. El independentismo interpretó que con Sánchez se abriría por fin la puerta a expropiar el derecho a decidir del resto de los españoles para que un porcentaje minoritario de ellos, los residentes en Cataluña, pudieran votar ellos solos dónde empieza y donde termina España. Ya se encargaría Sánchez de forzar las costuras de la Constitución y ya sometería a la fiscalía general del Estado para que dejara impune la insurrección de 2017.

Eso esperaban sacar en limpio del cambio de gobierno. Sánchez puede alegar que él no firmó nada, pero no puede fingir que no supiera lo que iban a acaba exigiéndole. Lo supo siempre. Confió en su habilidad para darles largas, en ahogar la insurrección en comisiones bilaterales y en que el temor al regreso del PP al gobierno le blindara para llega hasta 2020. Los planes no siempre salen como uno quiere. Y hoy la alarma general, caída Susana, se ha encendido en el Partido Socialista.

García-Page, Lambán, Fernández Vara, Ximo Puig, los gobernantes autonómicos del PSOE ven que el mes de mayo se les complica. Y ven que nada bueno para ellos pueden esperar ya de esta legislatura que agoniza. A toro pasado es fácil emitir sentencias, pero es natural preguntarse qué habría pasado si, sabiendo que llegaba a la Moncloa a hombros de Puigdemont, de Junqueras, de Gabriel Rufián, del espíritu de la moción que se llamaba autodeterminación, sabiendo que lo que ellos esperaban de él era la voladura inconfesa de la Constitución, hubiera elegido Sánchez el camino de las urnas. Pedir la confianza de los españoles para no deberle el cargo a quienes quieren privar a los españoles de su derecho a decidir dónde empieza y dónde termina España.

May ha salvado la meta volante, pero sigue teniendo perdida la meta final. Theresa May, primera ministra superviviente, continúa esta mañana en el cargo porque en su grupo parlamentario no hubo votos contra ella suficientes como para descabalgarla. Pero sigue teniendo un problema. El problema es que carece de apoyo parlamentario suficciente para sacar adelante el principal proyecto político de su gobierno y de su país, el Brexit. ¿Se acuerdan de cuando hablaron por teléfono Sánchez y May y ella le dijo, ay Peter, tienes que understand que estoy floja de respaldo en Westminster y él le dijo a Noe le vas a hablar tú de inundaciones? Pues en esto estamos. O están, ambos. Sánchez no saca los Prespuestos y May no saca el acuerdo del desenganche.

La votación interna en su partido la ganó a base de prometer que su tiempo se va acabando. Que no repetirá como candidata a las próximas generales (tampoco es que en su partido estuvieran muy entusiasmados con la idea de proponerla).

La pelota, de nuevo, vuelve a Bruselas porque es allí a dónde va la señora May a pedir que le den alguna baza nueva con la que ablandar la resistencia de los diputados críticos con su propuesta. Continuará.

La capacidad de Cataluña de competir fiscalmente para atraer y retener empresas se ha deteriorado en el último año y la comunidad ocupa el 2018 el último puesto del ‘Índice Autonómico de Competitividad Fiscal’ (IACF) que publica la Unión de Contribuyentes en colaboración con la Tax Fundation de EEUU y que ha realizado la economista Cristina Berechet.