Ustedes me entienden: entre descubrir que hay agua salada en Marte o que Aznar cree que Rajoy está llevando al PP a la ruina, qué quieren, lo primero es un descubrimiento. Lo segundo es rutina. Cada vez que se celebran unas elecciones sale al día siguiente Aznar a arrearle al hereu (a su elegido) un sartenazo. Porque Aznar, que siempre ha tenido la honda impresión de que todo lo que ha venido después de él es una birria, lleva la cuenta. Va apuntándolos. Los reveses electorales del partido que honoríficamente preside. En la libreta azul tiene anotadas las europeas, las andaluzas, las municipales, autonómicas y catalanas. Todo fiascos para la solidez electoral del partido. Que, en la cabeza de Aznar, equivale a la solidez de España como nación o proyecto común de los ciudadanos. Que esto va a peor es el mensaje que lanza el ex mentor de Rajoy cada vez que, cerradas unas urnas, sale éste a decir que tampoco ha estado tan mal, oiga. Que, en el fondo, aquí no pasa nada. Salvo que la mitad de la sociedad catalana es hoy independentista y la otra mitad no lo es (de acuerdo, la que no es un dos por ciento más numerosa, dos por ciento, qué enormidad de margen). Aquí no pasa nada salvo que el nuevo Parlamento es mayoritariamente independentista.
Y aunque la CUP, esta criatura anticapitalista y antisistema, ha aceptado (con más honradez intelectual que el Juntos por el sí) que no hay mayoría social para declarar por las bravas la independencia, en absoluto ha dicho que no vaya a apoyar esto que llaman el procés, el proceso constituyente de las estructuras del estado catalán etcétera. Que no les guste Artur Mas no significa que se hayan vuelto patriotas españoles. Modere su entusiasmo la legión de comentaristas que está enterrando de nuevo a Mas antes de tiempo ---hace tres años ya lo hicieron---. Y procuren tener presente que tumbar a Mas no equivale a abortar su proceso.
El rey Artur pasará a la historia de su partido como el líder que, a base de escorarse hacia el soberanismo primero, y el independentismo después, ha ido achicando la base social de Convergencia y engordando primero la de Esquerra y ahora la de la CUP. En cada colada se ha dejado una sábana.
En la noche electoral de 2012 la dirección del PP, y no sólo ella, ya cometió el error de poner el foco en la mengua electoral de los convergentes que lo que había menguado Convergencia lo había crecido Esquerra. Y que el bloque soberanista era hegemónico en el nuevo parlamento. Ahora la suma de ambos partidos retrocede a sólo 62 escaños, pero lo hace a costa de que se dispare este otro independentismo aún más a la izquierda y entusiasta de la desobediencia que se llama Candidatura de Unidad Popular, la CUP, casi los mismos votos que el Partido Popular en Cataluña.
El gobierno central, y una parte de la prensa madrileña, se fijó tanto en Artur Mas que acabó por pensar que neutralizarle a él equivalía a abortar la deriva independentista. Que para cambiar el paso en Cataluña bastaba con esperar a que el rey Arturo cayera como fruta madura. Abandonado por su partido, auguraban, porque estaba Convergencia llena de gente moderada y alérgica a las aventuras. Asfixiado por la corrupción, fracasado en su gestión gubernamental e incapaz de encontrar inversores que prestaran dinero a Cataluña. Iban a ser los convergentes sensatos, y los empresarios, y el establishment y los cultivadores del seny quienes se deshicieran de Artur Mas enterrando para siempre su locura. Pero el tiempo ha acreditado que siendo él, con toda la potencia de la administración autonómica que controla, el gran impulsor, el acelerador, del proceso soberanista, no bastaba con neutralizarle a él para darle a ese proceso la vuelta.
Es posible que ahora sea la CUP, si el plan de los anticapitalistas se cumple, quien amortice a Artur Mas por el procedimiento, tan conocido en Cataluña, de cobrar peaje a quien quiera seguir circulando por la vía lliure. Y si eso acaba pasando la Moncloa festejará el desahucio del hombre al que conocen con un apelativo: el desleal. Aunque terminada la fiesta el proceso hacia la independencia siga ahí, con más peso de los anticapitalistas que presumen de no necesitar ni a Europa ni a sus políticas y con menos peso de aquellos que aún se presentaban a sí mismos como hombres prudentes constructores de puentes y todas aquellas mandangas que han quedado arrasadas por los hechos.