Como la crisis de la zona euro se ha convertido en una montaña rusa que nadie sabe, en realidad, por dónde va a salir, y como la legislación alemana dice que el Parlamento debe autorizar al gobierno antes de que éste firme cualquier papel que le comprometa a poner dinero, sus señorías ya se fueron con la idea de que las vacaciones les serían interrumpidas.
Mañana está previsto que se firme, mes y medio después de haberse anunciado, el crédito europeo a España para apuntalar bancos averiados, el memorandum, o dicho de otro modo, el contrato entre ambas partes: ellos, los que nos prestan, y nosotros, a quienes nos es prestado. Pero antes de que la señora Merkel estampe su firma, necesita el permiso de su Parlamento. Por eso los sufridos diputados han tenido que interrumpir la holganza para irse al Bundestag a debatir y a votar. Aunque Merkel venía diciendo que tenía asegurada la mayoría, la campaña de persuasión que ha lanzado su gobierno en estos últimos días hace pensar que ni siquiera ella las tenía todas consigo. Tanto ella como el ministro de Economía, el famoso Schauble, han recurrido a youtube (al canal que tiene el gobierno alemán) para difundir un mensaje dirigido tanto a los diputados como a la opinión pública alemana: hay que aprobar el rescate de la banca española por el propio interés de Alemania. Que es casi el único mensaje que ahora puede ser eficaz en aquel país, donde el recelo hacia cada nuevo rescate en la zona euro ha ido creciendo aceleradamente en el último medio año. A cada nuevo paquete de rescate, con sus miles de millones de euros en juego, más aumentan las dudas de la sociedad alemana sobre la viabilidad del euro.
Cuando esta tarde se produjo, al fin, la votación en el Bundestag, la canciller pudo respirar aliviada porque la firma del rescate fue aprobada ---en realidad es el gobierno español el que habrá sentido un profundo alivio al conocer el resultado--- bien es verdad que ha requerido la señora Merkel de la ayuda de la oposición, los socialdemócratas, porque en su mayoría parlamentaria (la que sostiene al gobierno) se han producido unos cuantos díscolos votos en contra. Los socialdemócratas han salvado la votación, pero subrayando dos cosas: que Merkel les debe una y que España debe comprometerse sin la menor duda a crear un sistema bancario nuevo y sólido, o sea, que exigen poder estar encima de nosotros porque, una vez más, no las tienen todas consigo. Ni sobre nuestra aptitud para poner en orden nuestra propia casa ni, sobre todo, sobre nuestra voluntad sincera de cumplir con los mandamientos que Europa nos ha hecho prometer a cambio de echarnos una mano (una mano de cien mil millones). Cabe pensar que los diputados alemanes no han prestado la menor atención, esta mañana, al debate que mantenían sus colegas españoles en el Congreso de los Diputados sobre el decreto del gobierno que sube impuestos a todo el mundo y recorta sueldos al sector público, porque si hubieran atendido a ese debate no es descartable que se les hubieran quitado las ganas de darnos crédito alguno.
La mayoría de los portavoces que han subido a la tribuna no lo han hecho para explicar qué fórmula se les ocurre ---menos gravosa que la del gobierno--- para cumplir con los compromisos que tenemos adquiridos en Europa, sino para decir que a Europa hay que hacerle una pedorreta y usar los documentos de la comisión europea como papel higiénico. Pasar por alto la relevante circunstancia de que, como en su día dijo Almunia (y al gobierno le sentó fatal) y como ahora dice el propio gobierno (porque ahora sí le interesa decirlo), las recomendaciones que hace la comisión europea a un país de la zona euro que ni ha cumplido ni está en vías de cumplir sus obligaciones de déficit (o sea, nosotros), no son consejos generosos que nos dan por si no se nos había ocurrido hacer determinadas cosas sino mandamientos de obligado cumplimiento ---es decir, la tablas de la ley que tenemos que acatar--- es un ejercicio de impostura que permite subir a la tribuna a decir casi cualquier cosa, pero incurriendo en un ocultamiento de la realidad que se parece mucho a engañar a la opinión pública. Frases como “nos quieren poner de rodillas pero no lo conseguirán” (de Baldoví), como “el gobierno ha elegido el camino sumiso” (de Uxúe Barcos), sugieren que es posible insubordinarse a las instrucciones que llegan de Bruselas, pero no lo es. En este momento, en las circunstancias que atraviesa la zona euro y en las circunstancias que atraviesa España, hacer oídos sordos a las indicaciones de nuestros socios, pasarnos por el arco del triunfo la cosa ésta de recortar de verdad el déficit público, es imposible. Y quien diga lo contrario, o no se ha enterado de nada de lo que está pasando o está engañando a sus votantes.
A excepción de algunos portavoces que apuntaron alguna idea para recortar el déficit pero con medidas distintas a las que ha anunciado el gobierno ---impuesto de grandes fortunas o un impuesto de sociedades refundado, de los que habló Rubalcaba; reducción de la estructura territorial del Estado, de la que habló Rosa Díez---, el resto hilvanaron obviedades (bajar otra vez el sueldo a los funcionarios es un palo para éstos, subir el IVA es un palo para todos y no ayuda a incrementar el consumo precisamente, la vida va a ser peor y más cara a partir de ahora) sin alcanzar a explicar qué se les ocurre a ellos que hay que hacer para cumplir con Europa y para que los inversores nos presten el dinero que necesitamos para pagar la deuda que ya tenemos contraída. Ojo, las medidas del gobierno tampoco garantizan que eso suceda (ni la prima de riesgo se ha dado por aludida ni parece probable que alcancemos el 6,3 de deficit a final de año), pero al menos Montoro y Rubalcaba admitieron la premisa inicial de este debate: que si queremos más Europa conviene que nos mostremos ante nuestros socios como gente seria. Y no ayuda, por cierto, a conseguirlo que ocho días después de que Rajoy anunciara un recorte de 65.000 millones no se haya explicado todavía quién y cómo ha hecho esa cuenta, o que las estimaciones que hacen el ministerio de Hacienda y el de Economía sobre la recaudación por IVA sean distintas, otra pifia: ¿tanto cuesta unificar los cálculos dentro del propio gobierno? Parafraseando a Montoro: no es tan difícil.
El resumen del debate de hoy es que el grupo mayoritario traga con las medidas que nos ha ordenado Bruselas pero a rastras y sin la menor convicción en lo que está haciendo, mientras que el principal grupo de la oposición (que siendo gobierno también aprobó medidas a rastras y criticó a los demás por no apoyárselas) las rechaza e insta al gobierno a discutirle a la comisión europea que esté en lo cierto. En realidad, el debate que debiera haberse producido esta mañana es el de Montoro contra Montoro y Rubalcaba contra Almunia. El ministro de Hacienda enfrentado a su propia sombra, el Montoro de antes, aquel que despreciaba esta política que ahora ejecuta, el ministro que ahora acusa de demagogia a los demás, enfrentado a la demagogia que él mismo exhibió cuando estaba en la otra orilla. Y Rubalcaba contra Almunia, el líder del partido socialista de España frente a su compañero socialdemócrata, vicepresidente de la comisión europea y corresponsable, por tanto, de estas recetas indigestas que a Rubalcaba repugnan. Esos dos hubieran sido debates más enriquecedores que éste de hoy, colmado de recursos fáciles y discursos simplones. Todas las medidas que nos está imponiendo Europa son un mazazo para nuestros bolsillos y para nuestros servicios públicos, por supuesto que lo son --el malestar social está justificado y es perfectamente comprensible que en la calle se esté manifestando a esta hora--, pero no cabe perder de vista que si el Parlamento alemán ha aceptado esta tarde poner dinero suyo encima de la mesa para echarnos un cable es porque antes nos hemos tragado este enorme sapo. La condicionalidad de la ayuda está ahí, es palmaria. Menos mal que los diputados alemanes no le han hecho ni caso al pleno parlamentario de esta mañana en España. A poco que hubieran puesto un oído, se les habían quitado las ganas de prestarnos un solo euro.