con javier cancho

Historia de la penicilina y la serendipia

Aún tratándose de medicina o de ciencia, en ocasiones, el detonante de un gran hallazgo es una carambola. Aunque lo científicos -para no hablar de chiripa- manejan el concepto "serendipia" cuando se llega a algo bueno de casualidad, sin buscarlo.

Javier Cancho

| 15.09.2020 12:04

La fase cero del descubrimiento de la penicilina se hizo en las placas de Petri que son esos instrumentos de laboratorio redondos y transparentes, son platillos de cultivo. Fue en el año 1928, Alexander Flemming se fue de vacaciones sin lavar sus placas de Petri donde había estado trabajando con estafilococo. El estafilococo es una bacteria que causa infecciones.

El doctor Flemming se fue sin limpiar aquellas placas en un hospital de Londres. Cuando en septiembre regresó puso una mueca de desagrado al ver que a algunas de las placas les había salido moho. Estaban mohosas. Iba a lavarlas, pero al cogerlas se fijo en algo que le llamó la atención. Fleming notó que en las partes del plato donde había moho, la bacteria había remitido. Esa sorpresa dio pie a una serie de investigaciones con las que terminó desarrollándose la penicilina. Aquello fue el detonante para crear el primer antibiótico de la historia.

El estafilococo es un tipo de microbio que puede estar en nuestra piel. En este momento, podría estar en su piel, en la de ustedes. Ese microorganismo no siempre es dañino para las personas; pero, en ocasiones, con heridas abiertas, puede ingresar en el torrente sanguíneo y causar infecciones graves, que terminen con la muerte.

Imaginen cuántas heridas se abrieron durante la Segunda Guerra Mundial. Imaginen, ahora, cuántas vidas salvó la penicilina durante la contienda más salvaje que haya vivido la humanidad.

Durante el verano de 1940, unos cuantos laboratorios de la Universidad de Oxford parecían una quesería. En los experimentos con animales se usaban muestras con una cantidad diminuta de penicilina. Pero los humanos son mucho más grandes que los ratones. Así que se pensó e probar la proporción que se consideraba adecuada con un paciente desahuciado por los médicos, alguien sin nada que perder. El candidato idóneo llegó a principios de 1941. Un tipo llamado Albert Alexander fue el primer ser humano en el que se probó un antibiótico.

El señor Alexander había sufrido heridas durante un bombardeo de la Luftwaffe en Southampton. Heridas que devinieron en una septicemia. Se le administraron sulfamidas pero no mejoró. Alexander recibió la primera dosis de penicilina apenas diez meses después de que se hubiera probado con ratones en los laboratorios de Oxford. Su salud mejoró al instante.

Aunque, se murió cuando se acabó el poco medicamento que se había preparado. Se estima que la penicilina ha salvado unos 200 millones de vidas desde su primer uso como medicamento en 1942. A Alexander le faltó algo de tiempo, un poco de suerte.

¿Es posible medir la casualidad? ¿El sortilegio de la suerte consiste en aprovechar las ocasiones favorables? En el caso de la penicilina, el azar intervino. Pero, fue el ingenio científico el que apreció que en aquellas placas llenas de moho había algo interesante. Por eso, Alexander Flemming no dijo Eureka, aquel día, al regreso de sus vacaciones, no dijo Eureka, lo que pensó, lo que se dijo a sí mismo, fue: qué raro.