CON JAVIER CANCHO

#HistoriaD: El espejillo laríngeo

Javier Cancho cuenta la historia del desarrollo de la otorrinolaringología, especialidad que atiende aspectos tan esenciales como el habla, la audición, la respiración o el equilibrio.

Javier Cancho

Madrid | 18.07.2023 12:50

En el asunto de los espejos, la literatura fue muy por delante de la medicina. Los espejos literarios son más que un objeto: son otra dimensión. Reflejan, ocultan, mienten, deforman, confiesan, anticipan.

En la literatura del siglo primero antes de Cristo puede encontrarse una anticipación de lo que hoy nos está pasando con los móviles. En el libro tercero de Las metamorfosis de Ovidio, el poeta romano recrea el mito de Narciso, asomado a un estanque, enfrentado a un espejo de agua, enamorándose de su propia imagen antes de morirse ahogado de ego. Ovidio alertó a los psiquiatras del siglo XXI. De la antigüedad a la modernidad, de Oriente a Occidente, la literatura recrea espejos que desencadenan acontecimientos inesperados.

Un acontecimiento inesperado asociado a un espejo favoreció el desarrollo de la otorrinolaringología, que atiende aspectos tan esenciales como el habla, la audición, la respiración o el equilibrio. Y, sin embargo, es relativamente reciente por dificultades relacionadas con la exploración. Si observar las fosas nasales era difícil, más comprometido aún era observar el conducto auditivo y el tímpano.

Resultando inaccesible hasta mediados del XIX llevar la mirada a las cuerdas vocales.

El mérito principal de haber ideado un sistema para poder hacer una laringoscopia, ese mérito no es atribuible a un médico ni a un científico. La idea fue de un músico llamado Manuel García. Manuel usó un espejillo dental, un espejo manual y la luz del sol, para observar por primera vez en la Historia el movimiento de las cuerdas vocales.

Transcurría el 1854. En aquel momento, Manuel era profesor de música. Pero tres décadas antes, hace 200 años, Manuel Vicente García debutaba en Nueva York, como barítono, en El Barbero de Sevilla.

Manuel Vicente García fue un tipo interesante, de una longevidad insólita en aquellos tiempos. Vivió más de cien años, muchos de ellos estudiando la voz.

La voz humana es lo que nos distingue como especie, ha sido la clave evolutiva de nuestra supervivencia. La complejidad de la expresión emocional que hay en la voz es una maravilla anatómica. Las voces son como las huellas dactilares. Antes de nacer ya reconocemos la voz. La voz es el primer contacto con la vida.

La voz fue una obsesión para Manuel. Determinado a conocer su funcionamiento, hizo numerosas disecciones en cadáveres, llegando incluso a extraer la laringe y la tráquea y a soplar a través de esos conductos ajenos para ver cómo se movían las cuerdas. Quiso visualizar la laringe, detallando las características del movimiento. Tras su planteamiento, desde su idea, hubo otros desarrollos y tras ellos vinieron las disputas por la paternidad de la invención, obviándose -durante años- que el primer método lo pensó un músico.