con javier cancho

Historia de la canción más hermosa del mundo

A Joaquín Sabina, los espejos cabrones, en vez de consolarle con mentiras más o menos piadosas, le sostenían cruelmente la mirada.

Javier Cancho

Madrid | 21.04.2020 11:12

Sus canciones son un mapamundi del deseo. Pero, también un inventario de la duda. Quizá, porque una vez, hace mucho tiempo, tuvo Joaquín un plano del paraíso que resultó ser falso. Cuando se despertó, no recordaba nada de la noche anterior. Demasiadas cervezas, dijo, al ver mi cabeza al lado de la suya, en la almohada. Y la besé otra vez, pero ya no era ayer sino mañana.

Cuando en vuelo regular, pisé el cielo de Madrid, me esperaba una recién casada que no se acordaba de mí. Y cómo huir, cuando no quedan islas para naufragar, al país donde los sabios se retiran del agravio de buscar labios que sacan de quicio.

Mentiras que ganan juicios tan sumarios que envilecen el cristal de los acuarios de los peces de ciudad que perdieron las agallas en un banco de morralla, en una playa sin mar.

Como quien viaja a lomos de una yegua sombría, por la ciudad camino no preguntéis adónde. Busco acaso un encuentro que me ilumine el día, y no hallo más que puertas que niegan lo que esconden.

De Purísima y oro. Tengo yo un primo que es todo un maestro, de lo mío, de lo tuyo, de lo nuestro.

Nos sobran los motivos. Este adiós no maquilla un hasta luego, este nunca no esconde un ojalá, estas cenizas no juegan con fuego, este ciego no mira para atrás, este notario firma lo que escribo, esta letra no la protestaré, ahórrate el acuse de recibo, estas vísperas son las de después. (…del amor) Nos sobran los motivos.