Al principio todo fue bien pero las cosas se torcieron y la joven terminó encerrada, atada por la cintura, golpeada con hierros, quemada, y alimentándose de plástico para poder sobrevivir. Uno de esos interminables días, sus captores olvidaron atarla, y Zunduri escapó. Los médicos que la atendieron contaron más de 600 cicatrices en su cuerpo y dijeron que sus órganos eran los de una anciana de 80 años.
Después de un año de libertad, disfruta de placeres como dormirse y despertarse cuando quiere, o cuando el cuerpo se lo pide, comer o ducharse. Valora cada minuto de libertad y dice que una de las claves para su recuperación ha sido su activismo contra la trata de personas que se refleja en la campaña de la Hoja en Blanco.
A Zunduri le ha costado trabajo perdonar y mucho más olvidar y aún tiene miedo de que la propietaria de la tintorería, su pareja, su hermana y sus dos hijas, salgan de la cárcel y se quieran vengar.
De momento disfruta de la reconciliación con su madre y la ayuda en su puesto de venta callejera de la capital mexicana. Sueña con estudiar repostería y con ser madre. Si tiene una hija la llamará “Zúnduri”, el nombre que eligió tras conseguir su libertad y que significa: “niña hermosa”.