Él fue condenado a 100 latigazos. Ella fue condenada a muerte. Aunque la lapidación como condena está prohibida en Afganistán, este tipo de ejecuciones no son inusuales, sobre todo en zonas bajo control talibán o en aldeas rurales con líderes tribales con los que las autoridades no se enfrentan.
Se pueden escuchar la dureza de los golpes que producen las piedras al chocar contra la cabeza de Rokshana que, enterrada hasta el cuello en la tierra, entona la Shahada, un rezo musulmán, antes de morir.
El de Rokshana es el último caso conocido pero hay muchos más que no salen en los medios y otros que se olvidan como el de un hombre y una mujer que en septiembre fueron apedreados en público tras ser acusados de adulterio o el de otra mujer que fue ahorcada en público ante sus tres hijos y su marido por la misma acusación.