Vladimir Putin vuelve a las andadas. Es volátil e inflamable como el gas natural. Ahora insiste en que los occidentales deberán pagar el gas ruso en rublos a partir de mañana. Y si no pagan en rublos amenaza con cortar el suministro y no dejar gas ni para el mechero.
Putin se inventa un complicado tejemaneje en el que diferencia los contratos en vigor con los nuevos. Los contratos en vigor se podrán pagar en euros o dólares pero en una cuenta de Gazprom gas, y claro, ojito con el tipo de cambio a rublos. Todo para fortalecer su divisa y doblar el brazo a Europa.
La energía es un arma desde tiempos inmemorables. Ya con los romanos había algo más que palabras por controlar los saltos de agua para colocar los molinos. Los ingleses le deben su Revolución Industrial al negro carbón galés y los estadounidenses están en deuda con el petróleo que convirtieron a un país de granjeros en una potencia industrial
Alemania, Italia, Francia y toda Europa cruzan los dedos para que no se sequen las tuberías, los gasoductos. Justo en mitad de todo esto España y Portugal han enviado a la Comisión Europea su propuesta para establecer en los 30 euros megavatio el máximo precio del gas en el mercado mayorista de la electricidad.
Ahora, la Comisión Europea tendrá tres o cuatro semanas para dar su luz verde. Ya sabemos que las cosas de Palacio van despacio. Tan despacio como la evolución del descuento en los carburantes a las estaciones de servicio. Los gasolineros deberán rellenar un formulario de la Agencia Tributaria y esta les pagará el dinero la semana que viene. Mañana comienza el descuento de 20 céntimos el litro en el repostaje de carburante, descuento que deberá especificarse en el ticket de compra
Empezábamos con Putin y el gas y terminamos también con Putin. Las autoridades rusas consentirán las ventas de los productos extranjeros sin el consentimiento de sus fabricantes. Es una manera de saltarse las sanciones y también de atacar a las multinacionales que abandonaron el país. Moscú habla de importaciones paralelas, pero en la práctica, significa aceptar el contrabando, o como se decía aquí con Franco, el estraperlo.