Comercios cerrados, escuelas sin abrir, metro clausurado, autopistas cortadas, calles vacías, universidades sin actividad y muchas consultas médicas cerradas. Así está la capital administrativa europea desde el sábado y así seguirá “hasta que sea necesario” según ha confesado el primer ministro belga.
Es verdad que siguen los registros y las detenciones: son ya 21 sospechosos los que están siendo interrogados por la policía. Y junto al miedo y la psicosis, o precisamente por ellos, proliferan los bulos y rumores. Por ejemplo el que ayer noche circuló sobre el paradero del terrorista más buscado, Salah Abdeslam, fugado tras la masacre de Paris y al que anoche se ubicaba falsamente a bordo de un BMW huido de Lieja. Al final se detuvo a ese coche y la policía aclaró que su ocupante no tenía ningún vínculo con el yihadista.
En definitiva, toda la inteligencia belga conectada –se supone- con la de sus vecinos europeos, y todos los resortes policiales y de seguridad no han conseguido dar con un individuo al que probablemente le falló el coraje para suicidarse con los demás, pero no la red de protectores que cualquier yihadista encuentra en cualquier lugar de Europa.
Puede que no haya más remedio, pero la imagen de un país paralizado por miedo es un triunfo en toda regla para el islamofascismo.