Según ha desvelado, había un gran confesor en Buenos Aires, el padre Aristi, muy querido por todos y que murió muy mayor; a los 94 o 96 años. El día del funeral, en la iglesia, ha contado cómo se acercó al féretro y observó que no tenía ni una sola flor.
Salió a comprar rosas y al colocarlas vió el rosario que este sacerdote tenía entre las manos. Y le vino un pensamiento "como el ladrón que todos llevamos dentro" -ha dicho- y le arrancó la cruz poco a poco, tirando fuerte de ella...
El Papa Francisco ha contado que como la camisa que viste bajo la sotana no tiene bolsillos, se ha hecho fabricar una pequeña faltriquera de tela donde guarda aquella cruz. Entre risas, buscando la complicidad de quienes le estaban escuchando, ha contado que cuando le viene algún pensamiento contra alguna persona, su mano busca inmediatamente la cruz para tocarla... y que eso le hace bien.
La anécdota ha provocado numerosas risas y los aplausos de los cientos de sacerdotes que estaban con el Papa en el Aula Pablo VI de Roma.