Famoso’ y ‘afamado’ comparten la misma raíz que ‘infame’ y ‘difamado’. El término ‘fama’ provienen del latín, ‘reputación’, y este a su vez de la voz griega ‘hablar’. La fama es el rumor, la opinión pública, el renombre. La mala fama implica, por el contrario, el descrédito y la deshonra. ‘Crea fama y échate a dormir’.
Los seres humanos somos complejos animales sociales que con frecuencia se construyen a partir de las opiniones que los otros tienen de nosotros. Pero recientemente asistimos a un fenómeno cuanto menos curioso: las nuevas generaciones aspiran a la fama por la fama. Muchos quieren ser sencillamente ‘famosos’, entendiendo la fama como un fin y no como la consecuencia de un oficio, de unos valores o de un prestigio.
Los que no somos famosos –ni queremos– solo podemos compadecer a las celebridades que insisten en que la fama es lo peor que les ha pasado en la vida. Aunque la fama con dinero es más sobrellevable.
Pero hay otra fama que quizá no sea tan banal; la vida de la fama, aquella que solo llega después de nuestra muerte y de la que los descendientes también pueden ser herederos. La fama y el prestigio social aún se pueden heredar, para bien y para mal.
Texto: Tatiana Tereshkova
