Cuando pensé sobre qué iba a tratar mi artículo de esta semana, creí que era una buen momento para hacer balance, se termina ya el mes de julio y con él mi primer mes de prácticas, por lo que pretendía ir sacando ya unas primeras reflexiones sobre lo que la radio me está enseñando. Pero una vez más la realidad nos atropella y esta vez, por desgracia, nos ha dejado tristemente marcados.
El miércoles fue un día como otro cualquiera. El ritmo en la emisora, como siempre era un no parar, pero con ese ambiente de fiesta que adquiere todo día víspera de festivo. Cuando me despedí de mis compañeras a las 3, nada hacía pensar que esa noche iba a ser muy larga.
Estaba en la cocina escuchando la radio cuando me enteré de la tragedia. Inmediatamente contacté con todas aquellos amigos o familiares que podían haberse acercado hasta Santiago rezando para que ninguno de ellos, finalmente, lo hubiese hecho. Por suerte no conocía a nadie a bordo de ese tren. Las siguientes horas me las pasé haciendo lo único que se me ocurría que podía hacer, informar. A través de twitter y con la radio de fondo fui informando, a todos aquellos que quisiesen leerme, de cada minuto que pasaba. Fue una triste y larga noche.
El jueves no tenía que ir a trabajar, pero el viernes si, y puedo decir que ha sido el día más difícil que he podido vivir desde que decidí dedicarme a esto del periodismo. Hicimos un programa especial dedicado a todas las victimas del terrible accidente y fueron muchos los momentos en los que un nudo en la garganta estuvo a punto de dejarme muda.
Se que tengo que estar preparada para cualquier cosa, que en esta profesión por desgracia, no solo se dan noticias buenas, y que, seguramente, cosas así me enseñen más de lo que pienso, pero sinceramente, ojalá nunca hubiese tenido que hacer ese programa. Ojalá esas 79 personas pudiesen estar leyendo mis reflexiones sobre mi primer mes de prácticas.