Hoy con Leleman venía pensando en… el Mundial.
No me gusta que se juegue en Qatar. No me gusta que haya países que atenten contra los derechos fundamentales de las personas. No me gusta la hipocresía y menos me gusta que el dinero lo pueda… todo o casi todo. No me gusta que la FIFA haya convertido el fútbol en un negocio. Y no me gusta que sea la propia FIFA la que establezca normas de represión, como la del brazalete, bajo la excusa de respetar “otras culturas”. No, no me gusta.
Pero me gusta el fútbol y no cabe duda que un Mundial es lo máximo. Lo es para el futbolista que puede disputarlo y lo es para el periodista que puede cubrirlo. Yo tuve la suerte de hacerlo para Ondacero en 2006 y es una experiencia que jamás olvidaré. Un Mundial es la verdadera fiesta del fútbol donde las aficiones de cada país disfrutan animando a su selección. Es ese momento en el que todos dejamos a un lado nuestra ideología, los bandos, las filias y las fobias para juntarnos alrededor de nuestros representantes soñando que puedan levantar la Copa del Mundo. Recuerdo en ese Mundial 2006 la ilusión de los argentinos en cada partido, de los brasileños, de los españoles…
Por eso no entiendo que haya que llevarse el Mundial a países como Qatar solo por una cuestión de dinero. El fútbol debería ser algo más que eso. La FIFA, esa que promueve el NO al racismo, la igualdad para todos y no sé cuantos valores más que dice que promueve, no puede ni debe inclinarse ante países que atentan claramente contra los derechos fundamentales de las personas.
Dicho esto los futbolistas son los que menos culpa tienen y tampoco seamos hipócritas pidiéndoles que se nieguen a disputarlo. Porque aquí, la hipocresía es de aquellos que deciden la sede, no de aquellos que se ven obligados a jugar en ella…