Monólogo de Alsina: "Spoiler de El Serial: el TS no dejará salir a Jordi Sánchez y el independentismo designará por fin a otro candidato"
Última mañana del invierno. Con viento, con lluvia, con nieve, con un frío de mil demonios. Quién pillara una falla para calentarse un poco.
Se acabaron las fallas de 2018. Se acabó el invierno. Llega la primavera. Llega la Semana Santa. Llega el cambio de hora.
El año avanza, sigue si haber gobierno en Cataluña, sigue sin haber presupuestos generales del Estado, sigue sin resolverse la financiación autonómica, sigue sin concretarse nada de nada.
El atasco nacional persiste.
Del Congreso de lo Diputados no ha salido nada tangible desde hace meses. Debates hay, algunos incluso interesantes, pero cosecha propia de reformas esta legislatura está teniendo bastante poca.
Hoy debate el Congreso qué hacemos con una ley que se aprobó en 1977. Si la derogamos, la cambiamos o la dejamos como está. Una ley de hace 41 años. Cuando eran las organizaciones de izquierda las que más coreaban en sus actos la palabra que acabó dando nombre a la ley. Esta palabra.
La ley de la Amnistía de 1977. He aquí una prueba de cómo un mismo acontecimiento puede ser visto de manera distinta según el momento de la historia en que se contemple. Para los españoles del año 76, muerto Franco e instalada la incertidumbre sobre si el régimen dictatorial moriría con él o se reencarnaría en el nuevo jefe del Estado, la amnistía fue una conquista del pueblo.
Era en los comités pro amnistía impulsados por los sindicatos de clase, los colectivos de izquierda y las organizaciones nacionalistas donde más se reclamaba la amnistía de los presos encarcelados por delitos políticos. No les servía el indulto, como explicaba Marcelino Camacho, porque el indulto sólo perdonaba el cumplimiento de la pena. Querían la extinción de la responsabilidad penal. La amnistía.
Y es una interesante paradoja que aquella ley que hace cuarenta años se vivió como una conquista del pueblo frente al régimen que agonizaba —hacer justicia— hoy sea vista por colectivos de izquierdas y asociaciones que reclaman que se juzguen crímenes (y criminales) del franquismo como la garantía de impunidad que el régimen se aseguró para sí mismo, un obstáculo a que se haga justicia.
Es la misma ley. Es la misma historia. Pero hay diferentes perspectivas.
Hoy el Parlamento democrático de 2018 debate sobre la ley de amnistía de 1977. Por iniciativa de Podemos y los nacionalistas.
El resultado se conoce de antemano. La mayoría de la cámara, PP-PSOE-y-Ciudadanos, no cree que haya que remover la norma que aprobó aquel primer Parlamento surgido de unas elecciones libres con el apoyo de socialistas, comunistas, centristas y nacionalistas y el único reparo de Alianza Popular.
¿Y del serial qué?
El de Waterloo le ha cogido gusto a localizar exteriores y ahora que ya conoce los bosques de Flandes, la universidad de Copenhague y el festival de cine de Ginebra se va a hacer una excursión a Finlandia invitado por un señor que se llama Mikko.
Este señor al que ven aquí con un llamativo gorro naranja hablándole a sus seguidores del Facebook de sus cosas. Mikko Kärnä, diputado en Helsinki por el territorio de la Laponia finlandesa. Que dirá usted: ¿se sigue mucho en Laponia este serial catalán? Pues mire, en la parte finlandesa, sí. En la sueca, menos. Y en la rusa, ni flores.
La parte finlandesa tiene a este diputado que es un muy activo —como se dice ahora— en redes sociales y muy activista en la promoción de la causa independentista catalana. Mucho más que Anna Gabriel, que desde que se hizo la suiza está de capa caída como propagandista.
Puigdemont ha encontrado un amigo lapón que le ha invitado a merendar y a quedarse a dormir en su casa. Y es natural que el de Waterloo acepte cualquier mano amiga que se preste a acariciarle el lomo porque está cada vez más escaso de amigos en Barcelona. En su grupo parlamentario, Junts per Catalunya pero cada vez menos junts, y en su partido, que aunque usted no lo crea, señora, sigue siendo el PDeCAT.
Hoy el serial tiene un capítulo ambicioso. Con varias localizaciones en las que se van a interpretar simultáneamente las escenas. La primera es muy sobria, en la sede del Tribunal Supremo. No, no sale Llarena. Hoy son otros tres los jueces que actúan. Integran la sala de recursos, que como su propio nombre indica está para atender a los que recurren. ¿Recurren el qué? Pues las decisiones de otros jueces. Ejemplo práctico: un recluso preventivo de nombre Jordi Sánchez se queja de que el juez Llarena no le deja salir de prisión. Que no me voy a fugar, dice, cómo me voy a fugar si me quieren hacer presidente de la Generalitat. Que no voy a reincidir, dice, cómo voy a reincidir si me quieren hacer presidente de la Generalitat con un programa de gobierno pactado con la CUP que exige desobedecer al Estado, ignorar la Constitución y actuar como si de verdad existiera la República Catalana.
Aquí es donde a los jueces se les encienden las luces rojas, claro: ¿sacamos a este señor de prisión para que pueda volver a las andadas? ¿Un presidente de la Generalitat celebrando su investidura encima de un coche de la Guardia Civil con los cristales reventados? Ahí se les quitan, seguramente, las ganas.
Se sabe cómo empezará esta escena —con los tres jueces escuchando los argumentos de los abogados— pero no se sabe cómo termina. Si en libertad, que no parece, o en regreso del Jordi a Soto del Real. Por eso los actores de la escena siguiente, la del Parlamento autonómico, fingen no conocer ellos tampoco el guión y alimentan el suspense.
Pasarán cosas. Habrá novedades en las próximas horas. Tampoco se dejen engatusar. Intriga, la justa. Suspense, poco. Del capítulo viene haciéndonos spoilers Toni Bolaño desde hace una semana. El Supremo dirá que el Jordi no puede salir. El Parlamento tomará nota de que no se le puede investir. Esquerra y el PDeCAT dirán "hemos hecho lo posible para que tu palabra se hiciera obra, Puigdemont, pero esto es lo que hay y propongamos de una vez otro candidato. Uno que valga".
Mientras Puigdemont termine de preparar en su choza de Waterloo el petate para ir a ver a su amigo Mikko a Laponia, en el Parlamento catalán estará la mayoría independentista cerrando la investidura de un Turull, una Artadi o un ya veremos quién. Pero que esté en el Parlamento. A ver si antes de la última cena consiguen coronar un candidato.
El serial llega a su Semana Santa. Qué calvario para todos. Incluido Rajoy, que intentó que pasara cuanto antes de él este cáliz —el del 155— y que se ha pasado toda la cuaresma resignado a que la pasión se prolongara.