Ya escucharon ayer al ministro de Educación, Méndez de Vigo. Hemos alcanzando por primera vez la media de comprensión lectora de la OCDE y parece que nos acaben de llover diecisiete premios nobel de Literatura.
Ole, ole. Abandonemos el pesimismo y dejemos de fustigarnos porque esto marcha. No hay como escuchar el entusiasmo de un ministro para poner en cuarentena tanta euforia.
Esto de PISA da para exagerar la nota siempre: los años que mejoramos porque mejoramos, los años que vamos para atrás porque vamos para atrás. Pues mire, ni ahora somos referencia educativa para nadie ni antes eramos el más torpe del pelotón de los torpes. En rigor, antes estábamos más o menos en la media de la OCDE y ahora estamos más o menos en la media de la OCDE. Si usted coge estos 35 países, verá que el que peor parado sale, México, tiene 416 puntos en ciencias; y el que mejor, Japón, 538. Entre esos dos extremos estamos los demás, son 120 puntos de abanico. Visto así, subir o bajar tres puntos de un examen a otro tampoco parece que sea muy significativo. Es verdad que hemos alcanzado la media de la OCDE (en lectura estamos un poco por encima) y es verdad que esa media ha bajado: hace tres años los estudiantes de todos estos países en su conjunto sacaron mejor nota.
Estamos ahí, ni los peores ni los mejores. En el montón. Con un ministro satisfecho que antes de ser ministro ya era un político listo y que saber agarrar al vuelo una oportunidad como ésta para agradar a los sindicatos de la enseñanza.
El mérito de la mejora cuántica es de los docentes. No le dé usted más vueltas a asunto.
Hombre, el riesgo de atribuir la mejoría a los docentes es que alguien se pregunte si acaso no son los mismos docentes que prepararon a los alumnos de hace tres años. Porque si intentas, a partir de PISA (y arriesgándote a hacer el análisis menos científico que uno pueda imaginar), si intentas encontrar la explicación de por qué esta vez nos ha ido mejor —cuál es la tecla que se tocó antes de este examen y después del de 2012— tendrás que preguntarte qué es lo que ha cambiado:
• ¿Han cambiado los profesores? ¿Ya ha aumentado la plantilla tanto como pedían los sindicatos? ¿Les han mejorado el salario, las jornadas de trabajo, han recobrado la autoridad aquella que se decían habían perdido?
• ¿Qué ha cambiado? ¿Acaso el presupuesto de Educación, ya se esfumaron los efectos nocivos de los recortes, es que ha bajado de golpe el número de alumnos por aula? ¿Disfrutan los centros de toda esa autonomía de que presumen los finlandeses?
Si empiezas a hacerte preguntas el problema es que llegues a estas dos respuestas:
• Que no habiendo cambiado nada de lo anterior, sí cambiaron los estudiantes. Los que hicieron el examen en 2015 no son los mismos que se examinaron en 2012. Tal vez estos tenían más destreza. O aprovecharon mejor las posibilidades que les ofrecía la escuela.
• Y que lo otro que cambió, pero que nadie, empezando por el ministro, quiere recordar demasiado fue la política del ministerio. Del 12 al 15 fue ministro Wert, oh cielos, el más impopular de los ministros que hubo nunca.
Fijarse en PISA para sacar conclusionbes, repito, es arriesgar demasiado. Pero si uno se empeña en hacerlo habrá de contemplar, aunque sea como hipótesis, que algo influyeran las decisiones del gobierno de entonces. Sabiendo que el mero hecho de hipotetizar al respecto hará que le tomen a uno por loco. Aquí no va a pasar lo que en Portugal, que ha mejorado (bastante más que España) en todos los rankings y ha sacado pecho no el ministro actual sino el de entonces, Nuno Crato, un matemático que menciona como claves de la mejora las evaluaciones externas y la formación continua del profesorado para hacerlo más competente.
A los estudiantes que hicieron el examen, por cierto, no les han felicitado ni los sindicatos de estudiantes, muy críticos con PISA y con casi todo lo que huela a evaluaciones. Aunque la palma en las opiniones que ha merecido el informe se la lleva el sindicato nacionalista ELA, disgustado porque los estudiantes del País Vasco han salido bastante mal parados. Sostiene este colectivo de expertos en evaluaciones académicas que la OCDE monta esto de PISA para someter la educación mundial a los intereses de los poderes económicos. Por eso, dice, ”se tienen en cuenta las áreas y habilidades que valoran las grandes empresas y los bancos (o sea, matemáticas, ciencias y comunicación) dejando de lado los conocimientos que a estos no les son útiles (creatividad, pensamiento, espíritu crítico, cooperación)”. La prueba de la conjura económico financiera es que no se examina de….¡pensamiento! No hay más preguntas, señoría.