Monólogo de Alsina: "La comisión territorial de Sánchez servirá de poco, pero rompe el discurso independentista"
¿Qué tal, como están? Bienvenidos a la mañana del martes, 5 de septiembre. Que es el día en el que se inaugura el curso judicial. Y el curso viene fino, viendo cómo está el panorama.
Para este mediodía esperamos nuevas alusiones a la embestida independentista contra la Constitución: a ver qué dicen el presidente del Poder Judicial, que es un señor que se llama Lesmes, y el fiscal general del Estado, que se llama Maza y antes fue magistrado del Tribunal Supremo. Del Rey no esperen que diga nada porque hoy todo lo que le corresponde decir es que queda inaugurado este pantano. Sánchez emerge. De regreso del verano, el secretario general del PSOE se apunta un tanto.
Suya es la iniciativa de hacer alguna cosa en el Congreso relacionada con la cuestión catalana y suyo el derecho a celebrar que Rajoy le cogiera ayer el teléfono para darle su bendición a la propuesta. De la mano el PSOE y el PP —y Ciudadanos y Podemos, que se espera que hoy también se sumen— para darle una vuelta en el Congreso a cómo tenemos organizada territorialmente España.
Sánchez, que de los líderes políticos es el único que no tiene escaño, consigue dotarse así de un perfil conciliador y parlamentario. La comisión acabará sirviendo de poco o nada (igual por eso a Rajoy ésta no le incomoda) pero en este caso concreto, con el independentismo haciendo bandera de que en Madrid siempre les dicen que no a todo, poner en marcha una comisión como ésta es romperle el discurso, también en eso, a la familia Puigdemont Junqueras. Tan amantes del diálogo como se declaran ambos, seguro que estarán encantados de acudir a la comisión a trabajar con los demás en el intercambio de ideas. O seguro que no, porque la última vez que el Congreso invitó a Puigdemont a deponer en la tribuna puso como condición que los diputados no votaran.
Aunque no lo parezca, y aunque muchas de sus señorías ni siquiera se lo hayan planteado, resulta que el Parlamento es la representación legítima de la sociedad española. Resulta que a quien le han planteado un pulso los independentistas catalanes no es a Rajoy, sino a la sociedad española. Y resulta que a 24 horas de que Puigdemont se suba al rodillo en el Parlamento catalán, a seis días de la Diada, a menos de un mes de eso que llaman referéndum de autodeterminación, el Parlamento aún no ha emitido señal alguna de haberse dado por enterado. Y ya está tardando.
Pedro Sánchez ha visto la oportunidad y ha asomado la cabeza en medio del páramo. Lo que ha propuesto no es hacer nada tremendamente ambicioso. Ni rompedor. Ni revolucionario. Se trata de buscar una sala con unas cuantas sillas para que puedan reunirse allí los grupos políticos a revisar la organización territorial de España. Digamos que es quedarse a medio camino entre ponerse a rescribir la Constitución (con el estado federal y la plurinacionalidad y todo eso que le quita el sueño cada noche a los españoles —y españolas—) y no hacer nada. Lo de la Constitución lo deja para más adelante porque no parece que éste sea el mejor momento de descarnarla.
Es verdad que en España las comisiones han servido casi siempre para marear la perdiz y dejar que el reloj Sánchez ha dado un paso que quizá termine en nada pero que, hoy, tampoco molesta. Sobre todo si viene acompañado del compromiso de no dudar en la defensa de la Constitución frente a quienes van a embestirla. Y aunque empañara ayer el anuncio con su penúltima pirueta verbal sobre la plurinacionalidad y sus derivados. A la pregunta de cuántas naciones, en su opinión, hay en España.
Porque son naciones en sentido cultural o sentimental, recuérdenlo, no porque sean naciones soberanas. Ésta es la cosa.
A 24 horas de la embestida, Puigdemont convocó ayer a los periodistas para presentarles al avalista extranjero que ha conseguido reclutar para su referéndum. Y que no es el ministro de Asuntos Sociales de Camboya sino un premio nobel tunecino.
Naturalmente necesitó el president leerles a los presentes el currículum del invitado, en su versión más larga. Porque por muy premio Nobel de la Paz que sea por su contribución a la transición de la dictadura a la democracia en Túnez, no es, digamos, una figura popular o con mucha influencia en Cataluña o en el resto de España. Ahmed Galai, de profesión periodista como Puigdemont, estaba allí esperando para poder empezar a repetir el argumentario independentista sobre el derecho a decidir y todo eso. Pero Puigdemont había cogido carrerilla y seguía presentándole.
Hay que entender a Puigdemont. Si tienes un premio Nobel, o cinco, entregados a tu causa mientras desdeñan la legalidad constitucional de España, no vas a despacharle con dos palabras. Y por eso, mientras en otro punto de Barcelona Ada Colau anunciaba que se pone de perfil porque el referéndum le parece bien y la culpa de todo lo que nos pasa la tiene Rajoy y sólo Rajoy; mientras Montoro avisaba a los contribuyentes catalanes de que tributarle a Junqueras es deberle dinero a Hacienda y eso no piensa perdonarlo; mientras Rafa Nadal vapuleaba a Dolgo-polov y la seleccion de baloncesto se deshacía
sin piedad de los rumanos, el president aún estaba presentando al tunecino.
Se dice que cuando llegó el primero de octubre de 2017, Puigdemont seguía presentando a Ahmed Galai.