Hoy son ellos, pero podríamos ser cualquiera, como tantas veces ha pasado, como tantas veces la historia se ha repetido por una u otra sinrazón.
La desgracia, aunque ajena, es también la nuestra, su pena es nuestra tristeza. La tragedia siempre nos toca de cerca por muy lejana que parezca, porque nadie está libre de verse en una situación así: la de pérdida, la de ver cómo desaparece de repente todo lo que tenías, los recuerdos y papeles que guardabas en un cajón desde que tienes memoria, los enseres que te han acompañado como el paisaje de cada día, las propiedades, las personas queridas, tu lugar en el mundo, tus ganas de vivir.
La vida nos recuerda, con golpes inesperados, que hay que valorar más lo que tenemos, que hay que disfrutar cada minuto de lo que nos hace felices, de lo que consigue que nos sintamos bien. Que hay que vivir a pesar de todo y de todos, que no podemos perder de vista lo que de verdad importa, porque un día, uno que no imaginas, donde hubo vida solo hay recuerdos y a veces ni eso, donde hubo vida no hay ni esperanza.
Hoy son ellos, pero en realidad somos nosotros. Somos todos, rotos de dolor, lamentado el pasado, destrozados por el presente y temiendo un futuro sepultado de antemano. El futuro es ahora y no siempre depende de nuestra voluntad. Nadie está a salvo de que nos lo arrebaten.
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