La edad es un número, una enfermedad que se pasa con el tiempo. Una putada a cualquier edad. Unos quieren tener más, otros quieren tener menos y casi ninguno entiende lo que le pasa a la propia o a la ajena. Hoy la edad ya no se corresponde con los años salvo en los extremos.
Pretender levantar muros entre generaciones me parece un error y un atraso.
La edad es la que tienes, no lo que eres. Se puede ser tonto con setenta y dos años y un genio con veintiuno. Se puede ser maduro con dieciocho y tener un pavo de padre y muy señor mío con cincuenta. Condicionar los usos y costumbres es absurdo y pasarse el día restregándoselo al prójimo, si no se cumplen los cánones establecidos o alguno se sale del redil, es anacrónico, antediluviano e insípido. Estúpido en cualquier caso.
Es cierto que cada edad tienes su aquel, pero lo mismo que cada cocido tiene su punto y ninguna de sus variantes deja de ser un plato de cuchara.
Que cada cual lleve la edad como le de la gana y los que tengan vocación de jueces o de abogados de pleitos pobres que se defiendan a sí mismos en el más allá, que es donde vamos a acabar todos tarde o temprano. Unos antes que otros, eso sí. En ese infierno no me meto.
Algunos tienen un problema con la edad, con la suya.