Cuando se exagera de forma tan estrafalaria y exagerada, parece razonable imaginar que ese argumento no tendrá mucho éxito. Pero con el independentismo catalán estamos teniendo un ejemplo de todo lo contrario. Si alguien se empeña en no ver, consigue no ver nada. Y esta campaña electoral, los partidos soberanistas se la han planteado como una guerra de emociones ciegas. Nada que parezca razonable genera votos. Por tanto, toda exageración es poca. No hay rivales, sino enemigos.
Más que unas elecciones, se plantea el 21 de diciembre como una batalla. Y antes de que sepamos el resultado de esa batalla, Rajoy ya advierte sin levantar la voz que si ganan los independentistas y se empeñan en continuar con lo suyo, volverá a aplicar el 155. Si eso ocurre, Puigdemont dirá que es otro golpe de Estado, pero da la sensación de que a Rajoy ya le importa poco lo que diga el hombre que se fugó a Bélgica.