La sesión de ayer se sitúa entre la magia y el final de etapa. Magia, porque el Partido Socialista se vio solo, tan solo que hasta el otro partido gobernante no le votó una ley. Y, sin embargo, Pedro Sánchez puede decir lo que alguien ya dijo en su nombre: a trancas y barrancas, va aprobando sus leyes, y ríase la oposición.
Sánchez y Bolaños se las apañan para que funcione la geometría variable y se cumpla el calendario legislativo.
El PP, al que el presidente vapulea nada más empezar un discurso, lo está salvando y hay algo que apunta a que van a funcionar como si fuesen coalición en temas de Estado o seguridad nacional. Y aire de final de etapa, porque la mayoría de la investidura se mantiene formalmente, pero ya no es una piña.
Los socios más socios, que son los de Unidas Podemos, ya digo que votan por libre. Los socios del apoyo sin coche oficial ya están cabreados todos los días, tratan al presidente con intencionada indiferencia y dejan la legislatura muy revuelta.
Esto da una imagen de soledad presidencial, pero quizá sea falsa. A mí me parece más bien una imagen de debilidad porque la mayoría e incluso la coalición de gobierno ya no funcionan como una maquinaria de precisión.
Y un detalle más, si me lo permites, Alsina: tiene que ser muy duro para Sánchez pasar de la gloria de Davos, donde presumió de grandeza personal y de país, sin nadie que le rechiste, a meterse en el mundo de los espías y su barrizal.