Todo aquello que suponíamos, o nos decían, que no podría suceder nunca, un buen día llega -cambian las normas, cambian los hábitos- y, cuando llega, se queda. Como diría Ángela Merkel (etsa mujer que aspiraba a pasar a la Historia como la salvadora de Europa y ahora está en riesgo de pasar como la enterradora) “se hace camino al andar / y al echar la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar”. Ella fijó esta terapia del recorte caiga quien caiga que luego hicieron suya los gobiernos de la zona euro (los dos gobiernos españoles, el anterior y el actual) y que sostiene que ajustando gastos y aumentando ingresos se hace camino hacia el saneamiento de las cuentas públicas, para alcanzar ese equilibrio que nos permitirá mirar atrás y lamentar aquellos años de vino y rosas en que llegamos a creer que eran derechos sociales intocables, inamovibles, adquiridos, lo que sólo eran espejismos fruto de una economía que parecía boyante pero que estaba gravemente averiada. Poco a poco vamos asumiendo todos, a la fuerza, que algunas cosas están cambiando para siempre.
Que de la crisis ésta que dura desde 2008 saldremos alguna vez (se supone), pero habiendo cambiado la idea que teníamos de los servicios públicos y habiéndonos resignado a que las aulas tengan más alumnos, a que no haya universidades en todas las capitales de provincia, ni aeropuertos, ni estaciones del AVE, y a que nos hagan pagar dos veces por determinados bienes y servicios, una en la ventanilla de los impuestos (tramo estatal, tramo autonómico, tasas municipales) y otra cuando vayamos a la farmacia. Todo acaba por llegar y todo queda. El gobierno central les ha planteado hoy ya abiertamente a los gobiernos autonómicos el copago farmacéutico, aquella idea que el ministro De Guindos deslizó en el debate público hace dos semanas y que le mereció un desmentido oficial (e inoportuno) del partido político que sostiene al gobierno -aparte de una lluvia de piedras de los demás partidos, empezando por el principal de la oposición, que ha encontrado en el copago una bandera más que añadir a la de la reforma laboral o la amnistía fiscal en su labor de contraposición a las políticas del gobierno-.
El copago en las farmacias ya existe en Catalunya, donde se abona un euro por cada receta que uno presenta. En realidad el copago en las farmacias, para los trabajadores en activo, ya existe: abonamos el 40% de lo que cuesta el fármaco. Ahora se trata de subirlo al 50 para la mayoría de los trabajadores y hasta el 60 para quienes tengan rentas más altas. La principal novedad, en todo caso, es que aquéllos que hasta ahora estaban exentos, los pensionistas, tendrán que abonar el 10 %, con un tope de dieciocho euros al mes. Queda por explicar cómo sabrá el farmacéutico cuánto tiene que cobrar a cada uno.
Nueva medida, por tanto, para aumentar ingresos y reducir gastos. Todo lo que no iba a pasar, ha acabado pasando -subida IRPF, abaratamiento del despido, amnistía fiscal y, ahora también, copago farmacéutico-. Mientras no cambie la doctrina europea, habrá más de éstas.
Todo pasa y todo queda. Por ejemplo, que un Rey pida disculpas. Ya lo dijo la Casa del Rey: su majestad ve la televisión y lee la prensa, y es importante que lo haga. Que don Juan Carlos se disculpe por un error no sorprendería tanto si no fuera porque es la primera vez que algo así sucede y, sobre todo, porque en nuestro país esto de asumir los errores propios en público no se lleva nada. El monarca está al tanto de lo que se dice en los medios, de las controversias que generan determinadas informaciones, y por esa razón hizo saber en su día que Urdangarín no contaba ya con las bendiciones de la Casa, y por esa razón incluyó en su discurso de Navidad lo de “la ley es igual para todos” y por esa razón también ha creído oportuno hacer ahora esta declaración de humildad y arrepentimiento consecuencia del vendaval que ha provocado su viaje a Botsuana. Preguntar no es ofender. Ni tomar partido. Por eso no es disparatado preguntar cuál es el error que el Rey entiende que ha cometido.
Ya nos lo preguntamos el lunes: ¿el error es su afición a la caza de elefantes, viajar a África en tiempos de crisis, falta de sensibilidad hacia la dificultad económica en que se encuentra España? El Rey siempre ha tenido vida privada. Siempre ha tenido aficiones. Y siempre las ha practicado cuando sus obligaciones se lo han permitido. Un análisis medianamente serio de lo que ha sucedido con esta historia de Botsuana empieza por admitir que lo que ha cambiado en España no es el Rey ni la institución de la Corona, lo que ha cambiado (lo que está cambiando constantemente) es la sociedad, y la actitud de buena parte de la sociedad hacia la institución. Durante décadas la Corona ha estado preservada de la mirada crítica de los medios porque la propia sociedad entendía que había que mantener la institución fuera del debate público. Ahora, sin embargo, esta misma sociedad empieza a ver la Corona como una institución que también puede ser fiscalizada y criticada, para bien o para mal. Por eso comportamientos de siempre, hábitos que el Rey siempre ha tenido, historias familiares que siempre han estado ahí y que no pasaban de ser parte de la rumorología general, ahora tienen un efecto que antes no tenían.
Ésta es, cada vez más, una sociedad que fiscaliza, exige y pregunta. Y en esta sociedad uno tiene que estar preparado para dar respuestas a las preguntas que se le plantean. Ésta es la transformación (o la adaptación al medio cambiante) en la que está inevitablemente embarcada la monarquía en España. La pervivencia de una institución depende de su capacidad para adaptarse a los tiempos, como el propio Rey se encargó de demostrar en la transición española. Él mejor que nadie debe conocer la importancia de saber en qué hora de la historia te encuentras y hacia dónde va la sociedad a la que sirves. Ésta es la clave del debate que rodea al Rey y su familia. Cómo va cambiando la percepción social y cómo se adapta la institución a esos cambios, no cuántos elefantes hay en Botsuana o cuántos minutos dura la visita de doña Sofía a la habitación del hospital.
Y el Príncipe, todo esto, no sólo lo sabe. Sino que lo entiende.