OPINIÓN

Monólogo de Alsina, sobre la sentencia del procés: "Les ha salido caro para ser un timo y barato para un golpe de Estado"

Según el tribunal, entonces, no fue un golpe, en el sentido de un golpe de Estado, sino que fue el golpe, en el sentido de la película de Robert Redford y Paul Neman. Es decir, una historia de timadores.

Carlos Alsina

Madrid | 15.10.2019 08:13

Fue una mascarada, según el Supremo. Una secesión de mentira para meter presión al gobierno.

Llama la atención que los líderes independentistas se indignaron ayer tanto por la condena de sedición (para ser profetas de desobediencia no les gusta aparecer como insubordinados a las leyes españolas) y, sin embargo, no se hayan indignado lo más mínimo porque el tribunal les haya declarado timadores.

• No rebeldes, sino estafadores.

• No subversivos, sino embaucadores.

• No golpistas, sino cuentistas.

Embarcaron a su parroquia en una operación de sabotaje de las leyes inoculándoles una mentira. Y allá se fue la parroquia, a ocupar los colegios y proteger con sus cuerpos las urnas convencidos de la voluntad popular estaba por encima de las resoluciones del Constitucional. La democracia por encima de las leyes. Toda aquella morralla que sigue alimentando el discurso de los testaferros que el delicuente Junqueras y el huído Puidemont han dejado a cargo de la Generalitat de Cataluña.

Hombre, es verdad que, visto así, si todo fue un formidable timo, ha tenido –para ser timo-- un castigo severo. Entre nueve y trece años de cárcel (ya veremos cuántos de cumplimiento efectivo) por embarcar en el mismo a las multitudes tumultuarias e incitarlas a impedir que las resoluciones judiciales se cumplieran.

Ésta –-ya lo comentamos ayer en el programa especial— es la debilidad principal de la sentencia. El encaje que han hecho los siete jueces del Supremo, en aras de la unanimidad, para presentar como un hecho probado que el procés no buscaba la secesión como tal, sino la presión al gobierno. El farol que dijo la señora Ponsatí. Íbamos de farol. Pues les ha salido caro el faroleo. Caro para ser un timo, barato para un golpe no de película de Paul Newman sino de Estado.

La perogrullada más boba que se ha escuchado en el torrente de declaraciones sobre el Supremo y el procés es ésta que dice: la sentencia no soluciona el problema.

No me diga, Colau. No me diga, Errejón. No me diga, Iglesias. No me diga, Pep Guardiola.

Dónde está escrito que una sentencia del Supremo tenga que solucionar problema alguno. Bueno, sí, lo dijeron los procesados. Junqueras, en aquel alegato final en el que le metía presión al tribunal para que le absolviera. Porque sólo así contribuiría, ¿cómo era?, a solucionar el problema.

La sentencia no soluciona el conflicto. ¿En qué consiste el conflicto? Revisemos cuál es el conflicto y quién lo provoca, Guardiola.

Tenemos a una parte de la sociedad catalana que aspira a decidir ella dónde empieza y dónde termina España, o dicho de otra forma, si Cataluña pertenece o no a España. Esa parte de la sociedad catalana sabe que sólo hay un camino legal para consumar esa aspiración: cambiar las normas que hoy rigen en España. Convencer al resto del país de que deben ellos, los catalanes y sólo los catalanes, los que decidan dónde termina España. Pero como no se sienten capaces de conseguirlo, prescinden de esa vía y exigen que los demás traguen con lo que ellos desean sin presentar resistencia. Éste es el resumen del conflicto: traguen ustedes con la autodeterminación porque si no tragan, la liamos. Por las bravas.

No habría ningún conflicto si el independentismo, y su cúpula, aceptara que a quien tiene que convencer para que deje la decisión en sus manos es al resto de España. No a Sánchez, ni a quien presida el gobierno en adelante. Al resto de los españoles, que son los únicos dueños legítimos de la soberanía nacional.

Ayer, en su discurso, el presidente del gobierno fue más lejos que el Tribunal Supremo. Para Sánchez sí hubo un ataque a la soberanía nacional y a los principios constitucionales.

Esta descripción de los hechos que hizo el presidente (y que no hace sólo él) se parece poco a la de una mascarada.

De manera que sí, la sentencia castiga a los delicuentes que cometieron delitos y no viene a solucionarle la papeleta a quienes pretenden seguir engañando al personal. El estribillo aquel de no judicialicen la cuestión siempre fue la forma de decir dejen que estos señores, como son políticos, hagan lo que quieran sin sanción alguna. Si los gobernantes autonómicos, y la gobernanta del Parlament, violan la ley, hagamos como que no nos hemos dado cuenta porque, después de todo, son políticos haciendo política. Era la forma de decir: ellos tienen bula para violentar las reglas que rigen para todos porque su objetivo último es político. La doctrina de los guardiolas.

Este coro ventajista que ahora presume de que ya avisó de que no había rebelión –-ya lo dije yo— pasan por alto que para muchos de ellos no había tampoco sedición, ni malversación, ni delito alguno. Y volvamos a subrayar lo que ya subrayamos ayer: es verdad que el tribunal no encuentra pruebas de una rebelión, es verdad que ha hecho una descripción del procés más como una impostura que como un intento de tumbar la Constitución, pero antes que todo eso lo que ha dicho es que desde Junqueras a Vila pasando por Forcadell todos ellos delinquieron. A sabiendas de que lo hacían. No era política, era delincuencia con la coartada de la política, que no es lo mismo.

Y ahora la bronca. La soberana paradoja de un gobierno autonómico, y un presidente, Torra, que con una mano alienta la desobediencia y la protesta y con la otra envía a los mossos de esquadra a sofocarla.

El tsunami democrático que iba a poner Cataluña patas arriba en cuanto la sentencia fuera comunicada. Pues mire, jaleo hubo. Y sabotaje hubo. En los accesos al aeropuerto del Prat y en las estaciones de AVE. No hace falta reunir a cientos de miles de personas para impedir que las tripulaciones de los vuelos lleguen hasta las puertas de embarque y provocar, así, la cancelación de más de cien trayectos de los mil y pico que tiene cada día ese aeropuerto. Los movilizaciones consiguieron su objetivo, que es obligar a los demás a no moverse.

Pero si esto es el pueblo levantado en plenitud, poco pueblo es éste. Los manifestantes, muy eficaces en el sabotaje, fueron una parte minúscula de la sociedad catalana. Un tsunamito democratiquito. Por mucho que sus mentiras las lea el propagandista Guardiola.

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